Domicilio: El Paraíso
Exquisito regalo navideño del maestro Joaquín Baldemar, calzado con la firma de Robert J. Gallardo, graduado de la universidad estatal y californiana Humboldt y autor de “Guía de las aves de Honduras”, edición bella de 600 nítidas páginas. Si he presumido en ocasiones de que admiro a mi país y administro sus diversos y complejos laberintos de lo espiritual, esta obra me sorprendió estéticamente, que es decir me destrepó (verbo salvadoreñífero de mi esposa cuzcatlana) al introducirme y educarme en torno a un espacio inmediato ––entre nosotros–– de inmensurable belleza natural…
Libro excepcional este en cualquier sitio del orbe, sea por su calidad editorial (documentación, materiales, láminas a color) como por la fauna que exhibe y revela y que hace sentir que habitamos un exuberante espacio avícola del planeta. Sus hallazgos y observaciones científicas tonifican al espíritu, pues dice que “Honduras cuenta con el porcentaje más grande de cobertura de bosque en toda Centroamérica”, “el país contiene más de 100 reservas naturales en su sistema de áreas protegidas”, en tanto que las ubicaciones de familias y especies pajareras en el territorio nacional son de muy alta expertise. Y luego se ingresa a la riqueza cromática central del libro, que es el “retrato” de las aves mismas, elaborado con precisión y delicadeza artística, probablemente más de mil dibujos y óleos; o a las secciones documentales que refieren lugares donde avistar plumíferos visitantes y endémicos, mapas, coordenadas GPS para mirar aves, departamentos con poblaciones avícolas determinadas, así como notas curiosas, ejemplo néctar para colibríes, ecosistemas, índice de nombres científicos, referencias. Obra esta sumamente erudita y a la vez cordial.
Y para placer, el desfile, caravana y carnaval de pavas, codornices, patos, ibis, carrao, aves acuáticas, bobos, pelícanos, cigüeñas, garzas, zopilotes, gavilanes, aguiluchos (familia harto numerosa), halcones, rascones, chorlos, playeros (que incluye a mi preferida, el alcaraván, cuyo canto relojero estremeció mi patio por varios años hasta que recuperó sus sesgadas alas y voló y se extravió en el infinito tropical), aves marinas, palomas, loros, cuclillos, búhos pequeños (tecolotes, picapiedras) y grandes (lechuzas), pájaros estacas, pucuyos, vencejos, colibríes (de extensa parentela), coas, guardabarrancos, martín pescadores y bucos, jacamares y tucanes, carpinteros, horneros, trepatroncos, hormigueros, mosqueros, titiras, cotingas, manaquinos, vireos, urracas, cuervos, golondrinas, perlitas, trepadorcitos, mirlos acuáticos, cucaracheros, zorzales, sinsontes, chipes, tanagras, cardenales, semilleros, rascadores, pinla zones, icteridae y picotuertos.
Habito al pie de sierra Merendón, con sonata diaria ecológica y de variados cantos de paloma, zorzal y tijul, chasquido de gorrión y el ric-ric, a lejos, del tucán, que se distancia del hombre, quien le hace daño. Fastidian de tanto piar, contarlo es cual sacrilegio, decirlo es ofensa a la partitura sinfónica del canto aviar que envuelve al universo sonoro y que obsequia estética armonía.
Residimos ––excepto por Adán y Eva, que es decir lo humano— en el paraíso
Libro excepcional este en cualquier sitio del orbe, sea por su calidad editorial (documentación, materiales, láminas a color) como por la fauna que exhibe y revela y que hace sentir que habitamos un exuberante espacio avícola del planeta”.