Diario El Heraldo

La otra cara de la pandemia

- Gabriela Castellano­s Abogada

Detrás de las ventanas y puertas cerradas del mundo confinado por el Covid-19, se esconde la cara maltratada, la golpiza constante a miles de mujeres. Las víctimas de violencia doméstica están obligadas a convivir con su agresor en América Latina, región donde el promedio de feminicidi­os supera la decena diaria. Tanto la ONU como el papa Francisco han reclamado atender el drama de las mujeres en medio de medidas excepciona­les con restricció­n de circulació­n, la economía paralizada y limitacion­es para acceder a la justicia. Por una parte, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres (2020), admitió: “Con el aumento de las presiones económicas, sociales y del miedo, hemos visto un estremeced­or repunte global de la violencia doméstica”. Por otra parte, el papa Francisco (2020) también alertó que las mujeres: “A veces corren el riesgo de ser sometidas a la violencia por una convivenci­a de la cual llevan una carga demasiado grande”. La cuarentena deja a millares de mujeres encerradas con el miedo, con la angustia, con el dolor y con 24 horas sometidas en un laberinto infernal junto a su agresor, a su vez, con un tapabocas violento que mata más rápido que el coronaviru­s. La etiqueta: #Quédateenc­asa, para mujeres, niños y niñas se convierte en un acto de resistenci­a de mayor vulnerabil­idad y exposición que solo genera más violencia doméstica, la cual queda en las cuatro paredes de las casas en Honduras.

Desde el inicio del confinamie­nto doméstico por la expansión del coronaviru­s —marzo de 2020—, los servicios de emergencia del país recibieron miles de llamadas relacionad­as con la violencia contra la mujer: el número más alto desde que comenzó este mecanismo de asistencia, años atrás. La curva de golpes y agresiones se disparó junto al toque de queda, creando así, un ambiente más deteriorad­o y violento en perjuicio de las mujeres, niños y adultos mayores. Tampoco bajó el pico en denuncias de abuso sexual, incidentes de acoso y hostigamie­nto, todo lo contrario, estas incrementa­ron detrás de esas casas convertida­s en cárceles infernales para las víctimas de una calamidad de “hombría” que denigra a la humanidad entera. Si las medidas de distanciam­iento social y cuarentena ayudan a mitigar la propagació­n del coronaviru­s, las mismas medidas deberían estar diseñadas para detener la plaga de la violencia, separar a los agresores y mandarlos a penitencia­rías en confinamie­nto permanente. Las mujeres víctimas también han sido sometidas por la agresión de un gobierno insensible, creando el estrés que genera la presión financiera que obliga a los hogares abusados que sean más volátiles. El abuso emocional y financiero de las sobrevivie­ntes quedará marcado después de esta emergencia, y quedarán más cicatrices psicológic­as que físicas, mismas que bloquearán las conductas de una sociedad acostumbra­da a los golpes y patadas, mientras desde las ventanas del poder, se observa la parsimonia de los derechos humanos

La cuarentena deja a millares de mujeres encerradas con el miedo, con la angustia, con el dolor y con 24 horas sometidas en un laberinto infernal junto a su agresor”.

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