La otra cara de la pandemia
Detrás de las ventanas y puertas cerradas del mundo confinado por el Covid-19, se esconde la cara maltratada, la golpiza constante a miles de mujeres. Las víctimas de violencia doméstica están obligadas a convivir con su agresor en América Latina, región donde el promedio de feminicidios supera la decena diaria. Tanto la ONU como el papa Francisco han reclamado atender el drama de las mujeres en medio de medidas excepcionales con restricción de circulación, la economía paralizada y limitaciones para acceder a la justicia. Por una parte, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres (2020), admitió: “Con el aumento de las presiones económicas, sociales y del miedo, hemos visto un estremecedor repunte global de la violencia doméstica”. Por otra parte, el papa Francisco (2020) también alertó que las mujeres: “A veces corren el riesgo de ser sometidas a la violencia por una convivencia de la cual llevan una carga demasiado grande”. La cuarentena deja a millares de mujeres encerradas con el miedo, con la angustia, con el dolor y con 24 horas sometidas en un laberinto infernal junto a su agresor, a su vez, con un tapabocas violento que mata más rápido que el coronavirus. La etiqueta: #Quédateencasa, para mujeres, niños y niñas se convierte en un acto de resistencia de mayor vulnerabilidad y exposición que solo genera más violencia doméstica, la cual queda en las cuatro paredes de las casas en Honduras.
Desde el inicio del confinamiento doméstico por la expansión del coronavirus —marzo de 2020—, los servicios de emergencia del país recibieron miles de llamadas relacionadas con la violencia contra la mujer: el número más alto desde que comenzó este mecanismo de asistencia, años atrás. La curva de golpes y agresiones se disparó junto al toque de queda, creando así, un ambiente más deteriorado y violento en perjuicio de las mujeres, niños y adultos mayores. Tampoco bajó el pico en denuncias de abuso sexual, incidentes de acoso y hostigamiento, todo lo contrario, estas incrementaron detrás de esas casas convertidas en cárceles infernales para las víctimas de una calamidad de “hombría” que denigra a la humanidad entera. Si las medidas de distanciamiento social y cuarentena ayudan a mitigar la propagación del coronavirus, las mismas medidas deberían estar diseñadas para detener la plaga de la violencia, separar a los agresores y mandarlos a penitenciarías en confinamiento permanente. Las mujeres víctimas también han sido sometidas por la agresión de un gobierno insensible, creando el estrés que genera la presión financiera que obliga a los hogares abusados que sean más volátiles. El abuso emocional y financiero de las sobrevivientes quedará marcado después de esta emergencia, y quedarán más cicatrices psicológicas que físicas, mismas que bloquearán las conductas de una sociedad acostumbrada a los golpes y patadas, mientras desde las ventanas del poder, se observa la parsimonia de los derechos humanos
La cuarentena deja a millares de mujeres encerradas con el miedo, con la angustia, con el dolor y con 24 horas sometidas en un laberinto infernal junto a su agresor”.