Diario El Heraldo

La melodía del amor

- Henry A. Murillo Arteaga aliabraham­721@outlook.es

La noche tibia nos cobijó, la espesura de estrellas tachonaba el cielo infinito, cada estrella es una madre que ha batido sus alas y ha marchado al encuentro de su Creador, cada vez que veas el firmamento, ves el rostro de aquella que en las noches estrellada­s te sonríe y con un suspiro se aleja de ti dejando una estela de luz sideral. Cada vez que el sol aparece entre las colinas bañadas de luz y los dedos rosas de aurora se extienden en el firmamento de un alba primaveral sentirás la tibieza de esos besos que delicadame­nte te daba tu madre, esa madre que refleja la luz del Creador y que su luz alumbra nuestros caminos, muchas veces oscuros por la falta de experienci­a de nuestras vidas o por circunstan­cias a las que nos llevan a esos túneles donde el temor, el miedo, la debilidad, la impotencia, nos hacen sentir que los pasos que damos no nos llevan a ningún lugar, mas en esa oscuridad brota como flama de vela el consejo de nuestra madre, sale la sapiencia, el amor expresado en palabras de sabiduría, y vamos viendo como poco a poco el túnel se llena de luz para dirigir nuestros pasos rectificad­os.

Cuando éramos bebés acunados en el regazo de ella sentíamos la melodía que brotaba de su pecho henchido de amor y su mirada era tan dulce que nos empalagaba, después en cada beso ella volvía a libar su miel convertida en melodía de amor. Su voz cantarina la escuchamos desde el momento de nuestra concepción cuando alegre cantó con melodiosa voz y clamó: “voy a ser madre”. Cada día el canto nos llegaba en nuestro oculto lugar donde escuchábam­os las voces de su familia y amigos alborozado­s por tan bella noticia, ella cada día se tocaba su vientre sintiendo como aquella criatura iba creciendo y ella le hablaba, le contaba sus proyectos para cuando estuviéram­os entre sus brazos y con lágrimas en sus ojos, de la emoción contenida, daba una sonrisa al cielo y con sus ojos cerrados una oración ofrecía.

Ese día fue de felicidad, le contaron de qué sexo sería, el nombre escondido para los demás empezó a relucir, se llamará fulano o fulana de tal por el abuelo, no mejor por la abuela, o el tío o tía, por el papá o la mamá, y empezaba el derecho a cómo se debería llamar y al saberlo a ciencia cierta se departe el feliz momento con risas, sonrisas y abrazos porque un nuevo miembro de la familia hará su entrada magistral a la sociedad.

Y llegó ese día tan ansiado, la fuente se rompió, la ambulancia, el correr de aquí para allá, el dolor, el pujido, el tiempo que se vuelve lento y las horas pasan y lentamente empezamos el largo recorrido hacia la luz, y ella sudorosa, agitada, temblando, sufriendo, hace su parte y llega la coronación y la emoción explota en estridente aplauso cuando nos volvemos ciudadanos del mundo, a pesar de todo el sufrimient­o hay un momento exquisito, cuando me tomas en tu regazo y sonríes y me das el abrazo más amoroso, al fin soy tuyo para hacer realidad tus sueños.

Y las noches se hacen cortas, lloro sin cesar, tus pechos sacian mi sed y cada día me fortalezco y crezco más, dándome una forma más consistent­e para que todos me apapachen con amor, mas tu amor es el que ansío cada instante porque es un amor sin interés, es la compasión encarnada, es el sentimient­o más profundo salido desde las entrañas de tu ser y me lo brindas a mí.

Cantas cuando me bañas, cantas cuando me cobijas, cantas cuando me alimentas, cantas cuando me acunas y con tu mecer y tu melodía vuelvo a sumergirme en los brazos de Morfeo, duermo, y así a pierna tendida e inocente criatura, tú me das tu sonrisa, tu mirada es el amor expresado en ternura sublimada.

Tu canto inspira, las aves hacen coro cada mañana cuando te dedicas a velar por el crecimient­o y cuidado de mi ser, cantas cuando me bañas en aguas perfumadas con pétalos de rosa, cuando pones el champú para que mis ojos no se irriten y mi cabellera se vuelva sedosa, para que tú con una melodía hagas mis trenzas o me peines como el niño amado. Y crezco, voy a la escuela, me preguntas de mis sueños, me cuentas cuentos. Si me lastimo, con un beso y una sonrisa me curas y tu melodía brota de tus labios para que mi dolor se desvanezca.

En la vereda de la vida siempre estarás tú dándome aliciente para que cada día avance hacia la meta trazada, y aunque llegue tarde y cansado a casa, el amor de madre se brinda con una suculenta cena y su conversaci­ón es angelical para saber cómo van mis asuntos, intuye cundo las cosas no van bien, hace reflexione­s para que las escuche o simples palabras sazonadas con sal para captar la idea y continuar en mi faena, en mis sueños, en el trazado de mi camino.

Tu ser siempre estuvo ahí cuando más lo necesité, eres y serás esa madre que todos anhelamos, la que me levanta si caigo, la que me disciplina cuando cometo errores, la que me cuida cuando enfermo, porque nuestra madre se convierte en mil personas con sus diferentes oficios y profesione­s, ella es enfermera, abogada, médico, ingeniera, maestra, es la mejor chef del mundo porque sus comidas las deseamos cuando no estamos en casa, ella es valiente y su coraje es mayor que el de una leona que ve que su cachorro está en peligro o dulce colibrí para brindar las delicias de la vida.

Mas el tiempo es inexorable, el cabello se tornó grisáceo, las fuerzas menguaron, la vista se opacó, pero la sonrisa, la melodía que siempre nos brindas estará ahí porque el amor de madre encierra la más alta expresión del amor. Sea que tu madre esté ahí contigo o que esté en el hogar que formó con el amor de su vida o que haya emprendido el camino de los mortales hacia la eternidad, el amor de madre siempre será el baluarte que los hijos tenemos y su sonrisa y melodías nos acompañará­n en el recorrido de nuestras vidas y más allá. Sean benditas las madres de Honduras, sean benditas las madres del mundo

Su voz cantarina la escuchamos desde el momento de nuestra concepción cuando alegre cantó con melodiosa voz y clamó: ‘voy a ser madre’”.

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