El memorándum Rendón
El dramatismo con que fue informado el supuesto memorándum de J. J. Rendón orientó el obligado debate del documento hacia su autoría y autenticidad. La opinión general ha sido que el autor no es J. J., lo que no querría decir, si así fuese, que el contenido no refleje valores, visiones e intenciones políticas del o de los autores.
Quienes quiera que sean, el papel delata cómo, al par de la pandemia, corre pareja la antigua enfermedad política que hoy agobia al país, y muestra cómo ambas patologías se alimentan mutuamente.
No es una estrategia política, sino una lista de consejos cuya liviandad y escasa sustentación no son esperables de un consultor de la fama profesional de J. J. Y una pifia parece confirmarlo, del todo congruente con cierta impericia que transpira el texto: alude a “…nuestra historia como país…”, refiriéndose a Honduras. J. J. es venezolano.
Las medidas propuestas, que proclaman la reelección presidencial, aconsejan que el gobierno meta miedo al pueblo, para que, ante el espectro del hambre, busque un protector y proveedor, que sería, en exclusiva, el propio mandatario.
Puestas a un lado las incómodas cuestiones éticas y humanitarias, que no inquietan al autor, esa recomendación tiene graves dificultades.
El pueblo hondureño no es cobarde. No lo amedrentó la guerra de agresión inesperada del país vecino, que libró casi con las uñas, con valor y patriotismo. Durante el huracán Mitch, la serenidad y la disciplina de la población facilitaron al presidente Flores las medidas que salvaron al país.
Por otra parte, esos consejos concentran en el presidente la defensa contra el Covid-19, grave tarea que le responsabiliza por los resultados.
Esa imagen de salvador y proveedor de la nación, en una combinación de abuelo querendón, como Mujica, y de abuelo regalón, como San Nicolás, es absurda y peligrosa para el propio presidente. Es imposible cumplir tal promesa, ni siquiera en la capital. La reacción de la masa defraudada siempre es impredecible.
El memorándum revela acciones políticas autodestructivas, que el gobierno y la oposición cometen en el presente más crítico y para el futuro más sombrío en la vida del país.
En el lado del gobierno, la lucha contra el virus se confunde con el proyecto reeleccionista. Y en la oposición, se cree que esa lucha y el proyecto de sacar al presidente -evento que suponen llegará de fuera- son una y la misma cosa. Mientras tanto, se limitan a criticar.
Aquella profecía presidencial de que “lo peor está por venir”, tan coherente con el memorándum, ahora luce inevitable, porque lo peor será la crisis social provocada por el cierre de la economía, y los conflictos y costos humanos que traerá su reapertura: recesión, más déficit fiscal, empresas sin dinero, deudas privadas y tarjetas de crédito impagables, desempleo, remesas cortadas, inversión caída; no son todos los problemas, ni serán más fáciles con la reelección o con la salida prematura del presidente. Y menos aún con una crisis electoral en el año próximo.
Leemos un amargo mensaje y vemos una terrible realidad. Se habría jurado que la muerte y la destrucción de la economía, traídos por el virus, acercarían al gobierno y a la oposición para cooperar en la defensa de vidas y de la nación. Pero los señores no se ven ni se hablan, y siguen obsesionados con las ideas fijas de los últimos años: continuismo o salida del gobierno. Dos técnicas para despeñar el país
Quienes quiera que sean (los actores del memorándum), el papel delata cómo, al par de la pandemia, corre pareja la antigua enfermedad política”.