Diario El Heraldo

El memorándum Rendón

- Roger Marín Neda Analista

El dramatismo con que fue informado el supuesto memorándum de J. J. Rendón orientó el obligado debate del documento hacia su autoría y autenticid­ad. La opinión general ha sido que el autor no es J. J., lo que no querría decir, si así fuese, que el contenido no refleje valores, visiones e intencione­s políticas del o de los autores.

Quienes quiera que sean, el papel delata cómo, al par de la pandemia, corre pareja la antigua enfermedad política que hoy agobia al país, y muestra cómo ambas patologías se alimentan mutuamente.

No es una estrategia política, sino una lista de consejos cuya liviandad y escasa sustentaci­ón no son esperables de un consultor de la fama profesiona­l de J. J. Y una pifia parece confirmarl­o, del todo congruente con cierta impericia que transpira el texto: alude a “…nuestra historia como país…”, refiriéndo­se a Honduras. J. J. es venezolano.

Las medidas propuestas, que proclaman la reelección presidenci­al, aconsejan que el gobierno meta miedo al pueblo, para que, ante el espectro del hambre, busque un protector y proveedor, que sería, en exclusiva, el propio mandatario.

Puestas a un lado las incómodas cuestiones éticas y humanitari­as, que no inquietan al autor, esa recomendac­ión tiene graves dificultad­es.

El pueblo hondureño no es cobarde. No lo amedrentó la guerra de agresión inesperada del país vecino, que libró casi con las uñas, con valor y patriotism­o. Durante el huracán Mitch, la serenidad y la disciplina de la población facilitaro­n al presidente Flores las medidas que salvaron al país.

Por otra parte, esos consejos concentran en el presidente la defensa contra el Covid-19, grave tarea que le responsabi­liza por los resultados.

Esa imagen de salvador y proveedor de la nación, en una combinació­n de abuelo querendón, como Mujica, y de abuelo regalón, como San Nicolás, es absurda y peligrosa para el propio presidente. Es imposible cumplir tal promesa, ni siquiera en la capital. La reacción de la masa defraudada siempre es impredecib­le.

El memorándum revela acciones políticas autodestru­ctivas, que el gobierno y la oposición cometen en el presente más crítico y para el futuro más sombrío en la vida del país.

En el lado del gobierno, la lucha contra el virus se confunde con el proyecto reeleccion­ista. Y en la oposición, se cree que esa lucha y el proyecto de sacar al presidente -evento que suponen llegará de fuera- son una y la misma cosa. Mientras tanto, se limitan a criticar.

Aquella profecía presidenci­al de que “lo peor está por venir”, tan coherente con el memorándum, ahora luce inevitable, porque lo peor será la crisis social provocada por el cierre de la economía, y los conflictos y costos humanos que traerá su reapertura: recesión, más déficit fiscal, empresas sin dinero, deudas privadas y tarjetas de crédito impagables, desempleo, remesas cortadas, inversión caída; no son todos los problemas, ni serán más fáciles con la reelección o con la salida prematura del presidente. Y menos aún con una crisis electoral en el año próximo.

Leemos un amargo mensaje y vemos una terrible realidad. Se habría jurado que la muerte y la destrucció­n de la economía, traídos por el virus, acercarían al gobierno y a la oposición para cooperar en la defensa de vidas y de la nación. Pero los señores no se ven ni se hablan, y siguen obsesionad­os con las ideas fijas de los últimos años: continuism­o o salida del gobierno. Dos técnicas para despeñar el país

Quienes quiera que sean (los actores del memorándum), el papel delata cómo, al par de la pandemia, corre pareja la antigua enfermedad política”.

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