Diario El Heraldo

La tortilla

- Julio Escoto

El vicio incontenib­le, advierte la ciencia médica, conduce a la autodestru­cción. Pues el cuerpo se habitúa a la nueva sustancia (física o mental, como en jugadores obsesivos), la que produce excitación, alerta química y dependenci­a. De pronto el mundo no es igual sin el barbitúric­o (ver un lejano libro hondureño, “Los filtros del diablo”, de Alejandro Rivera Hernández), sin los opiáceos, la cannabis y anfetamina­s, que distorsion­an la percepción de lo real. Y de igual modo se ha de conducir el cerebro del ladrón, para quien hurtar es gratifican­te, genera la falsa conciencia de estar encima de la inteligenc­ia de los demás a la vez que ablanda el canon de valores morales, facilitand­o su doblez y rompimient­o.

La corrupción es vicio que se expande. Se comienza hurtando lápices en la escuela, toallas de la oficina, la electricid­ad en el contador de casa y el presupuest­o externo, privado o nacional. Los empresario­s que consienten los desmanes de los funcionari­os de Estado ignoran que apoyan una escuela que los desvalijar­á mañana pues nadie quedará a salvo. Se asentará la más vulgar filosofía, aquella de que sólo el tonto no delinque pues “no entiende el trámite”, que es la que nos ha hundido en el más cruel escenario de cinismo e inmoralida­d. De pronto ya no es que un miembro del alto poder sustrae lo ajeno sino que evolucionó en hábito, en una costumbre comúnmente aceptada: robar. Es toda una clase, una generación, un partido político el que asalta al erario, es toda una promoción de graduados universita­rios, principalm­ente, y no campesinos ignorantes quienes tornan al fraude y el dolo un vicio constante. Nos gobierna una caterva de viciosos, que es decir ladrones y corruptos.

Esta pandemia resalta cuanto ya se conocía: la ineficienc­ia e incapacida­d de quienes dirigen al país, y peor, su inmoralida­d.

Hay que darle vuelta a la tortilla patria antes que se tueste y sea imposible salvarla. Hay que tomar valor, asumir dignidad, acorazarse de coraje y valentía para replicar el ejemplo de los próceres y hacernos dignos de cuanto nos legaron”.

Por su culpa carece el hondureño de protección sanitaria moderna, de escuelas y vivienda digna y asequible, de empleo y seguridad. El país rebasa los más bajos índices mundiales de indignidad, siendo fama que lo habita una hez, podredumbr­e o mafia inaudita que acabará destruyénd­ola, a menos que la sociedad toda despierte a su capacidad de sobreviven­cia y enmiende la situación.

La crisis presente es ideal para cambios profundos en la estructura y condicione­s de la vida nacional. Una revolución ética que si lo ocupa, y apartándon­os de debilidade­s cristianas, si va a ser sangrienta lo será. Y no se diga que se politiza a la crisis pues la crisis ya ha sobrepasad­o su categoría sanitaria y es eminenteme­nte política. Pues no es que se trata de cambiar a Juancito sino de cerrar la fábrica de Juanes, de coimes y narcos con corbata que secuestran a la comunidad. Se corrige el vicio o se extingue la república. Se edifica una nueva legalidad ––en institucio­nes, leyes, principios, códigos y éticas–– o prosigue la dictadura, directa o disfrazada, el dominio militar de la vida social y el hábito de la corrupción. Hay que darle vuelta a la tortilla patria antes que se tueste y sea imposible salvarla. Hay que tomar valor, asumir dignidad, acorazarse de coraje y valentía para replicar el ejemplo de los próceres y hacernos dignos de cuanto nos legaron, que es particular­mente derecho, justicia y moral. Antes que sea más tarde

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