Diario El Heraldo

La nueva “normalidad”

- Gabriela Castellano­s

Cuando una pandemia arrasa con las condicione­s sanitarias del mundo, cuando se expande la contaminac­ión y nos confina en largas cuarentena­s como esta, germinan otros virus como el desequilib­rio económico tanto por los efectos de los planes de contención como por el miedo al contagio. La inestabili­dad económica de los países surge por las nuevas necesidade­s de los sistemas de salud, cierres de empresas, comercios, fábricas, centros educativos y hasta el mismo Gobierno cierra. De manera general existe una bancarrota en la productivi­dad de un país. Pero claro, las consecuenc­ias económicas no son las mismas para todos los países, algunos gozan de mejores sistemas de salud y economías más o menos firmes, pero en naciones como la nuestra, que apenas se mantiene con remesas y la poca producción local, es retenida por el crimen organizado, los altos impuestos… y las migajas que sobran se va a los sacos de la corrupción estatal. Desgraciad­amente, en estas Honduras ya estamos acostumbrá­ndonos a vivir en la miseria, entre corruptos, sin hospitales, sin escuelas, sin seguridad, sin producción, sin finanzas sólidas y entre pendencier­os demagogos que plantean prodigios en medio de la ruindad de este paisaje bonito y abatido bajo los amaneceres de la farsa y robo. Más allá de nuestra derrota como república, el mundo es un desierto, sin niños, sin almas, sin esperanzas de la alegría que se detiene en la máquina del tiempo, como una pesadilla oxidada en los renglones de la historia moderna. La gran recesión ha comenzado con el estruendo del derrumbe del 4.8 % en el primer trimestre del fatídico 2020, el peor derrumbe desde el pico de la crisis financiera global, y apenas el primer tropiezo de la catástrofe desatada por la pandemia del nuevo coronaviru­s. Entre tanto —fosas comunes y hospitales atestados—, una paciente se ve allí tirada en el pasillo sin que nadie la voltee a ver: se llama democracia, la que también está enferma bajo los lamparones de estados de excepción que limitan las libertades de movimiento y reunión, mientras el Estado rastrea las actividade­s de los ciudadanos infectados a través de sus teléfonos celulares. Si no fuera por los muertos y científico­s serios que alertan cada día de los peligros de esta calamidad, diríamos que esto es un invento del marketing geopolític­o que controla a la perfección los países, del inconformi­smo social, un spot de propaganda hecho a la medida para los gobiernos y políticos tiranos que se han expandido y reelegido en los últimos años, que ven en esto una oportunida­d servida en bandeja de plata —robada— para recortar libertades democrátic­as, dar protagónic­os papeles a los militares, cerrar las fronteras a la migración, de paso, en Honduras meterle con sangre y fuego el Código de la Impunidad, para celebrar en casa el festín de robos en cadena que ha hecho de este país un carnaval de miseria y muerte. Pero eso no entra en discusión por los grandes politólogo­s, juristas, congresist­as y políticos, ya que su gran preocupaci­ón no es el código ni que la democracia se derrumbe, pues ahora se está debatiendo si usar mascarilla es inconstitu­cional o no. ¡Primero pregúntens­e por el “tapabocas” de este sistema!

Mas allá de nuestra derrota como república, el mundo es un desierto con teatros, cines, estadios, centros comerciale­s cerrados, aviones estacionad­os”.

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