Empirismo
De unos tiempos para acá, en Honduras todo mundo es constitucionalista, estratega político o diseñador de modas. Por diversas razones. Como por los delirios que padecen aspirantes a dirigentes y sus ingenuos dirigidos. Y como es natural, donde el estudio no es favorecido por los habitantes, incluidos quienes aspiran a la conducción de los destinos de la nación, sea porque no gustan de él o porque no tienen las oportunidades, el empirismo se manda. También así se aprende. “La universidad de la vida” le dicen. Pero bueno, cada quien puede hacer y creer lo que guste si es su forma de ser feliz.
Lo que sí es necesario y útil tanto para ellos como para los demás es que con sus alucinaciones o creencias fundadas no le hagan daño a nadie. Es que hay que tener una entraña extraña, una moral muy sombría para hacer funcionar ese mecanismo de inventar y propagar una falsedad sobre otra persona. Mentiras muy grandes y muy feas, como si no lo fueran todas, pueden lograr objetivos perversos, concitando odios inmerecidos. Y generar temor y desconfianza no solo sobre quienes las cuelgan sino sobre sus inventores mismos. Al resto, nos queda aprender a discernir, a dudar de todo lo que aparece en las redes.
Sorprende la facilidad con que cualquiera cae en dar por cierto lo que está en los medios porque está en los medios. Hay que dudar y dudar hasta que no conste prueba en contrario. Bueno, ahora en Honduras todo mundo es también pandemista, ¿así se denominará al especialista en pandemias?, si es que en realidad existen tales especialistas.
De acuerdo, todo mundo puede ser o creer lo que le haga feliz. El asunto es que para efectos de la salud, el empirisimo, por respetable que sea, el tener contacto directo con el contexto, vivir la experiencia y suponer se cuenta con una percepción acertada, no es suficiente para creerse especialista. Ni en lo que a combatir los efectos de la pandemia se refiere ni para bosquejar escenarios prospectivos, al final invisibilizados por la incertidumbre