El manifiesto Facussé
Está circulando un documento titulado “Una iniciativa para el cambio en Honduras”, escrito por el empresario Adolfo (Fito) Facussé. Es una crítica integral al gobierno, con propuestas y una invitación pública a formar un grupo de notables que, con ayuda de la ONU, tome control de la lucha contra la pandemia, logre un cambio de actitud gubernamental, dé un “golpe terminante a la corrupción de la pandemia”, rescate la democracia, haga efectiva la separación de poderes, “incida” en las próximas elecciones para impedir nuevos fraudes, y haga un plan para “desmantelar la dictadura”; y, si todavía les queda tiempo y aliento, los notables harán otro plan, “inmediato”, para el desarrollo económico y social del país, y, no faltaba más, “crear una nueva Honduras”.
Durante su extenso y controvertido liderazgo empresarial, Fito ha sido “l’enfant terrible” dentro del sector privado, y el “malquerido” por los gobiernos, debido a su activismo crítico, a su tono iconoclasta y a su manera pelada de decir sus opiniones. Hoy Fito ya no es precisamente “un enfant”, pero a juzgar por su manifiesto, sigue siendo terrible.
Es mejor tomar en serio ese documento y leerlo sin prejuicios. Reparte muchos mandobles, y entre unos y otros, al proponer “el desmantelamiento de la dictadura”, califica como tal al gobierno y llama a “echar por tierra y arruinar los muros y fortificaciones de la plaza”, como define la Real Academia aquel sedicioso término, aunque no se indiquen los medios que utilizarían los notables para tan simple tarea.
Lo importante aquí no es quién lo dice, en cuanto persona individual, sino el sector económico y social de donde proviene: la burguesía modernizante, que ve en la corrupción, en la ineficiencia, en el desorden y en la falta de rumbo del sector público, un clima que
La nación no puede esperar más la gracia presidencial ni la reacción morosa de una oposición que calla cuando más se la necesita”.
desalienta la inversión, reduce la competitividad del país, provoca desempleo, atemoriza al sistema financiero, crea pobreza y tensión social, y que, en general, al estancar la economía y el progreso del país, reduce las ganancias, malogra las oportunidades de nuevos negocios y el crecimiento futuro de las empresas y de sus inversiones. Con más o con menos, estos reclamos son comunes a la mayoría de los hondureños.
El gobierno debería reaccionar políticamente a una crítica tan representativa, que podría atraer a otros sectores económicos y sociales acosados por preocupaciones similares. Más que confrontaciones ruinosas, debería verse aquí una oportunidad para dialogar sobre la pandemia y problemas de similar gravedad, y para negociar urgentes mejoras económicas, políticas, sociales y culturales.
He oído que numerosas personas ya se reúnen y se organizan alrededor del documento. He escuchado nombres de ciudadanos(as) notables por su trayectoria cívica, sus capacidades profesionales y su integridad personal.
Esas tempranas reacciones podrían provocar entusiasmo en otras ciudades del país. El silencio oficial, como si las cosas existen solamente cuando el gobierno las reconoce, podría irritar a las mayorías, que quieren ver algún esfuerzo creíble para rescatar al país del atolladero en el que ha sido metido.
En el artículo “Nadie más que el presidente”, esta columna advirtió, antes del covid, que si él no llamaba a la concertación nacional, la sociedad civil la haría por su cuenta. Eso es lo que ya está ocurriendo. La nación no puede esperar más la gracia presidencial ni la reacción morosa de una oposición que calla cuando más se la necesita