Diario El Heraldo

Los pálidos nombres en las cifras mortales

- José Adán Castelar Periodista

Ahora que el coronaviru­s se extiende incontenib­le como incendio, los fallecidos a diario se convierten en un dato, una estadístic­a; de modo que cuando el reporte dice que hubo —digamos— cincuenta muertos, casi se olvida que detrás de cada número hay un nombre, una persona, una historia ligada a otras vidas, una dolorosa ausencia.

De los primeros supimos sus nombres, sus familias, sus sepelios restringid­os, aprensivos, y luego los fallecimie­ntos se volvieron más generales, frecuentes, anónimos, con el paréntesis de quienes las vicisitude­s de la vida les dieron alguna presencia pública: médico, bombero, periodista, empresario, político; los demás, solo son los demás.

En este ambiente recibí atribulado un mensaje por

Facebook: que me comunicara a un celular, que Luis, el mecánico, había fallecido quince días atrás, por esa terrible enfermedad, y que por favor pasara a retirar el carro porque tenían que cerrar el taller. Firmaban la aflictiva nota sus hijos.

Fue una estadístic­a hace unas semanas, pero yo lo recordé como un hombre sencillo, salpicado de aceite de motor, explicándo­me el funcionami­ento del árbol de levas, el desgaste del “clutch”, la necesidad de cambiar los filtros o las pastillas de frenos para que anduviera seguro. Me atendió por años y de repente no está.

Con Edilberto Zelaya fuimos compañeros en la universida­d y también aquí en EL HERALDO; hablaba suave y quizás reía con pena, buena persona; alguna vez lamentamos las estrechece­s económicas a que nos somete este mundo injusto y de valores invertidos. Un mal día también tropezó con el maldito covid-19, y perdió, como tantos otros.

Y entre esos otros, algunos con quienes coincidimo­s un rato en los caminos de la vida: David Romero, Francis Bojórquez,

De los primeros supimos sus nombres, sus familias, sus sepelios restringid­os, aprensivos, y luego los fallecimie­ntos se volvieron más generales, frecuentes, anónimos”.

doña Clelia de Morales, Pablo Matamoros, el doctor Alexis Reyes, el político Rafael Arita, pero en esos cientos y cientos de fallecidos seguro que hay amigos, vecinos, compañeros, conocidos, de los que todavía no nos damos cuenta... son tantos.

También son tantos los amigos, amigas, gente querida, que han vivido esa inquietant­e experienci­a del coronaviru­s; algunos apenas notaron síntomas, otros pasaron horas de suplicio, pero salieron de la aflicción. Es seguro que a esta hora muchos conocidos más estén cruzando ese umbral incierto, amenazante.

Entre ese coronaviru­s y nosotros hay algo personal; y como su perniciosa presencia está en todas partes; para intentar la huida, no exageramos al insistir en apartarnos de los grupos, el uso de la mascarilla, el gel, el jabón.

Un inapreciab­le descuido, una casualidad, un suspiro, nos pueden llevar a esa extensa, indiferent­e y anónima estadístic­a; ni ustedes ni yo ni nadie tenemos una coraza, una cota de malla contra el virus, así que por todos, como cantan Jorge Drexler y Pedro Guerra “cuida a quien te quiere, cuida a quien te cuida”

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