Diario El Heraldo

Del bronce del héroe a la plata de los canallas

- Gabriela Castellano­s Abogada

El gobierno de Marco Aurelio Soto, mediante el decreto emitido el 27 de agosto de 1882, nombró una comisión de ciudadanos notables —desde siempre, las comisiones han sido tablas de salvación cuando no se puede gobernar bien—, misma que fue enviada a Europa para encargar una estatua ecuestre del general Francisco Morazán, la cual sería instalada en la plaza central de Tegucigalp­a. Los comisionad­os —club de amigos del presidente— cumplieron su cometido, pero de una manera algo particular, ¡como siempre!, se ahorraron un poco de plata para sus bolsas y buscaron el taller de Francisco Durini: un reconocido escultor en París, donde en su bodega de héroes en desuso vieron una del mariscal Michel Ney y la compraron. Ney, un héroe napoleónic­o, después de ser clave en el triunfo de batallas decisivas, fue culpado de la derrota fatal de Waterloo. A la delegación aquello le pareció tan parecido a lo que buscaban que no lo pensaron más y soltaron los 27 mil pesos en plata con sus ganancias ya apretadas en las cuentas personales, al fin y al cabo, todos los caballos eran iguales y los uniformes decimonóni­cos tan solo se distinguía­n un poco de un país a otro. Gabriel García Márquez lo contó mejor en un realismo sin magia, cuando aceptaba el Premio Nobel de

Literatura en 1982 en Oslo, Noruega, momento en el que también ensambló la historia de la corrupción en Honduras en unos pocos párrafos. Antes que él, lo hizo Eduardo Galeano, y mucho más antes, Leopoldo Lugones, en una carta a Froylán Turcios, donde preguntaba si era verdad que la estatua era del mariscal Ney. Los que me leen dirán que esto es una leyenda o una aventura de la imaginació­n de escritores sonámbulos en los renglones de la historia, pero lo cierto es que la estatua del héroe se instaló el 30 de noviembre de 1883, curiosamen­te, siendo presidente de la República, Luis Bográn. Muchos años después, frente al pelotón de corruptos, Gabriel García Márquez no estaría vivo para documentar­lo; una transacció­n que navegó en Google en busca de tesoros escondidos rastreó bodegones de chatarra hospitalar­ia y mercados de pulgas, donde Invest-h pagó a la empresa Elmed Medical Systems, Inc. por siete hospitales móviles más de 1,000 millones de lempiras. Por esa compra de chatarra se infló un fraude de $33 millones que el intermedia­rio de Invest-h cobró al Estado, mientras los pacientes morían y siguen muriendo con el sistema de salud, mismo que colapsó con los primeros casos covid-19, que solo vino a desnudar la calamidad sanitaria y la corrupción, que sin asco se enriquece de la precarieda­d de los hospitales y la falta de insumos en los centros asistencia­les. Los hospitales chatarra que llegaron por vía marítima serán armados e instalados, quedando como un monumento de la corrupción, para que recordemos mejor que tendremos “hospitalit­os” levantados como una memoria en la basura de la historia de la impunidad. La estatua de Francisco Morazán está allí en el parque central, en su bronce de héroe real, en su altura desafiando los vientos del tiempo y a los que delinquen en la alta noche de este país postrado. Los vagones de la chatarra también están allí, desafiando la verdad y ocultando bajo su oxidado acero los muertos que un día volverán y cobrarán la factura, ¡la verdadera!

Los hospitales chatarra serán armados e instalados, quedando como un monumento de la corrupción”.

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