Diario El Heraldo

Soñar sin construir

- Josué R. Álvarez

El país que soñamos tiene veladas sabatinas después de las cuales se puede regresar a casa caminando y quedarse uno que otro rato afuera conversand­o con los amigos. En el país que soñamos los enamorados tienen citas románticas al aire libre, en paisajes no menos que encantador­es y no hay otro hecho que provoque nervios más que el de la sensación de estar con el otro. En ese país, uno que aún no conocemos y que quizá no tiene edad propia, se puede ser pobre sin que signifique miserable. Los sueños se cumplen: hay en las ofertas de empleo un resaltado de que se contrata por su capacidad. La palabra “cuello” solo es una parte del cuerpo y no el mecanismo para conseguir un empleo de la manera más vulgar que se puede conseguir. No hay quien se quede en la mediocrida­d. Las personas se aman entre sí y aman a las estrellas: solo aman a los astros aquellos que tienen muy elevado el pensamient­o y el espíritu. Los poetas y los músicos emergen de las piedra y las calles son un campo florido, de polen fértil y olores frescos. Ya no hay ira, ya no hay impulso, el sosiego con su única palabra las ha vencido. Hay en cada casa una cama cálida y un pan suave cada día de la semana. Se acabaron los rostros mal encarados en los negocios porque hay conformida­d con la vida y el mundo. Se despiden todos con “mucho gusto, que pase feliz día”. La alegría de la vida ya no está solo en los comerciale­s o las redes sociales. Todos han aprendido a aceptarse como son. Les acabo de describir un país, sino perfecto, por lo menos feliz, que segurament­e todos quisiéramo­s habitar. Aquí ya todos sabemos que hace tiempo abandonamo­s el Edén, ya no somos más el paraíso que fuimos, esa Honduras de profunda tranquilid­ad. Les he traído esta casi bucólica descripció­n de lo que soñamos para explicar por qué Honduras es un poema. La poesía, en

Este país, lamentable­mente, lo estamos soñando y no construyen­do. Poco se hace para que mañana se nos agradezca por lo que hemos de heredar”.

primer lugar, es un terreno incierto, uno la ama y sin saber muy bien por qué. A veces no se la logra comprender del todo y, sin embargo, no se la puede abandonar. Pero, sobre todo, la poesía es nostalgia y ensueño. En otras palabras, los hondureños vivimos en la nostalgia de la Honduras que una vez conocimos o nos contaron y vivimos también en el ensueño de que las cosas vayan para mejor en el futuro. Siempre en el futuro.

Este país, lamentable­mente, lo estamos soñando y no construyen­do. Poco se hace para que mañana se nos agradezca por lo que hemos de heredar. Hay un par de pasos que diferencia­n el sueño de la construcci­ón. El simple soñador no tiene un plan, una ruta, unos pasos a seguir, en cambio quien construye sí los tiene.

El sueño se parece al trueno que en un bosque brumoso ilumina por un solo segundo las tinieblas. Se debe estar atento para descubrir cuál es el camino y emprenderl­o. Son las acciones pensadas y no el pensamient­o de las acciones las que nos brindarán un camino nuevo.

Es duro pensar, por ejemplo, que hay quienes nacieron y murieron y lo único que conocieron fue una pobre versión de la vida gracias a los errores que como sociedad hemos cometido, porque una humanidad tan descompues­ta no puede ser error de unos pocos. No es justo ni es humano. No deberíamos conformarn­os ni aceptar (para nadie) una condición que no sea menos que la humana. No deberíamos aceptar ser menos que lo que imaginamos para nosotros, no deberíamos aceptar menos que el país que soñamos, pero tampoco se permite trabajar menos de lo que se sueña

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