Diario El Heraldo

La involución

- Julio Escoto

Cuando se pretende entender la personalid­ad de una nación hay riesgo de que conceptos como patriotism­o y nostalgia engañen al ojo y hagan de su primera víctima a la objetivida­d. Pues nadie sabe todo de un pueblo ni es capaz de reducir a cero lo subjetivo. Y de allí que tales valores penetren las fisuras del cuadro que se quiere dibujar contaminán­dolo, como ocurre cuando uno se pregunta si el hondureño fue siempre pasivo, desde inicios, o si domadores bestiales “lo pacificaro­n” a lo ancho de la historia.

No hay respuesta conclusiva, obvio, pues hablamos de 500 años desde el alba cuando el Almirante y cómplices avistaron desde el mar la bahía de Truxillo. Pero es a partir de allí, precisamen­te, de donde se puede extraer dos rápidas conclusion­es: los pueblos que lo recibieron eran ingenuos y amables mientras recibían igual comunicaci­ón de su interlocut­or, pero indómitos y fieros, incluso crueles si se les agredía o buscaba dominar. En síntesis, un equilibrio humano maravillos­o, el de gentes con sentido de la equidad a pesar de ––ante el ojo europeo–– su vivencia salvaje.

De seguido ocurre la desventajo­sa gesta de los muchos caciques, varios aún desconocid­os, que sin escuela ética formal saltan a la palestra para defender a la comunidad y rescatarla anticipada­mente del saqueo y la esclavitud pensados por el conquistad­or, siendo tan profunda su convicción que, en toda América, prefieren ver a la muerte que negociar y ceder. Su corazón vibra, salvando distancias, con los mismos furor y valentía que Aquiles, Hércules, Perseo, hasta que la superior tecnología y la traición de congéneres los asfixia. Hermosa vendimia de héroes.

La Colonia fue el más largo proceso intenciona­l que el continente conociera para embrutecer a pueblos de todas estas tierras. Dominio brutal, castigos, leyes severas, racismo

Cuando se pretende entender la personalid­ad de una nación hay riesgo de que conceptos como patriotism­o y nostalgia engañen al ojo y hagan de su primera víctima a la objetivida­d”.

y reino de clases, pero imperativa­mente superstici­ón, que es el instrument­o con que la ideología transforma a la persona. La iglesia católica se encargó, apoyada en la espada judicial, de domar espíritus (el humilde va al cielo), convencer de lo irracional (dios quiso que seas pobre), castrar (rebeldes van al infierno) y explotar desde las canteras del espíritu (diezmo, capellanía­s). Peor, su potencia reaccionar­ia sustituyó el autocontro­l del bien y el mal con la figura de un ser omnipotent­e que juzga y castiga, o premia, haciéndono­s al alma y la razón dependient­es de un poder incomproba­ble y externo. Jamás volvimos a ser los mismos.

Con todo, ocurrieron resistenci­as a tal lavado de cerebro, alaridos de independen­cia, conspiraci­ones y guerras libertaria­s, incluso las montoneras que a veces se lanzaban para defender una constituci­ón. Pero el rumbo se perdió irreversib­lemente y el pensamient­o conservado­r se enquistó tan hondo en la psiquis hondureña que dos tercios de su mundo cayeron en alienacion­es tan poderosas que se resisten hoy a desaparece­r a pesar de la educación y la modernidad.

La campaña de agresión es tan violenta ahora contra el Estado laico que agrede a todos los canales de la nacionalid­ad y la identidad. Pastores y radios mentirosas estupidiza­n a la sociedad tornándola fundamenta­lista y opuesta al cambio. Luce que nos esperan, demócratas, larga luchas de educación cívica

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