El desafío apremiante de rescatar la educación país soñado
FPeriodista ue en marzo, viernes 13, el último día en que los estudiantes hondureños estuvieron en las aulas; el lunes 16 comenzó la cuarentena. Volver a clases sería cuestión de semanas, tal vez un mes -pensaron, pensamos- y hasta dos; hoy estamos cumpliendo siete, los alumnos siguen en casa, y la inesperada educación virtual nos deja una preocupante estela de ausentismos y deficiencias.
Es que el irruptor coronavirus hizo emerger nuestras pobrezas, en este caso, en tecnología; la conexión de internet no alcanza ni siquiera al 40% de la población; otros tienen cobertura de red, pero no económica, para sostenerla; y están los que tendrían acceso, si acaso pudieran comprarse la computadora o el teléfono para conectarse.
Pero no hubo de otra, era cerrar por completo escuelas, colegios, universidades, o avanzar con lo que se tenía; entonces, apuraron los programas en línea, los formatos digitales, la enseñanza por internet, las clases por radio y televisión. Todo tan repentino y novedoso, que todavía nadie termina de adaptarse.
Lo más lamentable es el abandono escolar, también lo llaman deserción -pero eso suena a traición, huida- cuando en realidad fueron obligados por circunstancias que no pueden controlar; más de cien mil estudiantes dejaron el sistema público, de 1,876,824 que se matricularon en enero, cuando el coronavirus era solo una noticia lejana.
Algo parecido ocurrió en las escuelas del sistema privado; miles de papás y mamás quedaron sin trabajo, otros tuvieron que cerrar sus pequeños negocios, y lo poco que consiguen se va en lo vital: alimentación, medicinas, agua, electricidad, y no alcanza para las colegiaturas; tuvieron que sacar a sus hijos, duele hasta imaginarlo.
Los alumnos que sí lograron quedar en el sistema pasan líos tremendos, tanto ellos como sus maestros han tenido que adaptarse con prisas: que se cae la internet, que hay corte de energía, que no tienen saldo; incluso hay historias conmovedoras de quienes tienen que buscar wifi gratis en algún lugar público para conectar a sus hijos.
También ha sido un reto inestimable para los maestros, tener que ajustar los programas educativos tradicionales para enseñarlos a través de una pantalla, y no en la pizarra, el encuentro vis a vis con los alumnos y, desde luego, estas adecuaciones forzosas no son las mejores, y la educación -que ya era deficiente- baja de nivel.
El gobierno anunció que ampliará la cobertura de internet para los centros educativos, pero como faltará más que eso, el plan de inversión social pospademia tendrá que incluir más maestros y más tecnología; eso sí, solo por mientras, pues aunque no sabemos cuánto durará esto, para enseñar a leer y a escribir a un niño, las clases presenciales son insustituibles.
Ya se sabe que solo la educación y la cultura pueden salvarnos del subdesarrollo, por eso su rescate, en estos tiempos pandémicos, es ineludible, decisivo
Los alumnos siguen en casa, y la inesperada educación virtual nos deja una preocupante estela de ausentismos y deficiencias”.