Sor María Rosa Leggol
Honduras ha despedido a una de sus hijas más destacadas, la religiosa franciscana sor María Rosa Leggol, quien murió ayer a los 93 años de edad, dejando tras de sí uno de los más hermosos legados a la patria que la vio nacer: más de 70,000 niños y niñas atendidos en su Sociedad Amigos de los Niños, fundada en 1955, a quienes dio cobijo y amor, una familia que no tenían; educó y entregó a la sociedad como hombres y mujeres de bien.
El carisma y la bondad marcaron la vida de esta honorable dama desde los seis años de edad.
Quienes la conocieron y trabajaron con ella, sus hijos e hijas, la recuerdan como una mujer con muchas virtudes, de entrega a sus semejantes con una devoción extraordinaria; una mujer firme en sus convicciones, entregada a su trabajo, con un gran humanismo.
A pesar de los problemas, nunca desmayó en su empeño de ayudar a los más necesitados, y todas y cada una de las obras que impulsó son un ejemplo de solidaridad, esa solidaridad que tanto hace falta en estos tiempos modernos y de pandemia, de desconsuelo, de desatención a uno de los principales problemas que enfrentan miles de niños, niñas y mujeres a nivel nacional: el abandono, la violencia intrafamiliar y el apoyo a las madres solteras que tienen que luchar para sacar adelante a sus familias.
Su ejemplo, su dedicación, deben ser ejemplo para las nuevas generaciones.
No dejar morir su obra es una tarea pendiente de quienes la conocieron y la acompañaron a lo largo de su vida en sus proyectos.
Que su vocación de servicio a los demás, su anhelo de servir a los más necesitados, su entrega y valentía, su devoción y espiritualidad sean los valores que marquen el camino de sus hijos e hijas, de todos aquellos a los que a lo largo de su vida sirvió.
Gracias, sor María Rosa, por tanto. ¡Descanse en paz!