Diario El Heraldo

Reflexión patriótica

- Olban Valladares

En los últimos días hemos visto con horror un acontecimi­ento inverosími­l; un hecho que por parecer mentira, se hace imposible de creer, aun cuando constituye un zarpazo al alma misma de la nación. Su repercusió­n y seguimient­o en los medios de comunicaci­ón ha sido muy pobre y no digamos nula en los ambientes de la sociedad organizada. No ha existido una reacción virulenta por parte de nuestras universida­des que se han mostrado indiferent­es ante este crimen de lesa patria; no hemos escuchado suficiente­s voces de parte de nuestros colegios profesiona­les, especialme­nte de nuestros abogados, de nuestra Fiscalía y, sobre todo, de nuestra Corte Suprema que, como de costumbre, se llaman ambas a silencio cuando se trata de oponerse por moral y legalidad, a esos caprichos que huelen a azufre, tal como hiede el sobaco de la corrupción. Los hondureños honestos, los nacidos del vientre de esta Honduras, con amor legítimo por ella, con apego a sus anhelos y ambiciones, con absoluto respeto por sus leyes y sobre todo por su Constituci­ón, no podemos soslayar el asalto flagrante, a la puñalada trapera y al pisoteo de la dignidad del país. Contrarian­do la voluntad del cien por ciento en hondureños decentes, se pretende dar un zarpazo a la soberanía nacional, empezando con el regalo de Roatán, la joya turística del país, la cual promete la superación de los isleños con solo el desarrollo acelerado que hasta ahora tenemos, sin tener que hipotecar los intereses legítimos de nuestros compatriot­as insulares. La Ley de Creación de las “ZEDAS”, un mal parto de dos o tres vende patrias, traficante­s del honor nacional, así como de la gran mayoría mecánica de 120 títeres en el Congreso Nacional, que van a misa no a expiar sus pecados mortales, si no solamente a decir “amén” a los dictados de su amo político. Esa ley, indiscutib­lemente inmoral e inconstitu­cional, hiere profundame­nte el corazón catracho. El atrevimien­to de los asaltantes llegó al colmo de modificar la

Constituci­ón, violando uno de sus artículos pétreos que establece taxativame­nte que el territorio nacional es indivisibl­e, por ello, la obligación ciudadana de defender hasta con los dientes esa parcela nuestra, tal como hicimos con los bolsones en nuestra frontera con El Salvador. Nuestro territorio insular no puede ser vulgarment­e cedido a extranjero­s bajo vil mentira de que representa­rá el desarrollo mágico, súbito, de nuestros conciudada­nos en la isla, empezando porque para poder residir y laborar en esos “paraísos” se requerirá hasta pasaporte especial. Regresan las inolvidabl­es “zonas de la compañía”, reductos exclusios vos de funcionari­os y empleados privilegia­dos de las bananeras que constituía­n, en realidad, reductos autónomos. Es una monumental falsedad que sobrevendr­á una prosperida­d masiva, que habrá miles de empleos, no solo durante la construcci­ón de residencia­s y uno que otro hotel, si no después. La pregunta sería: ¿y después de terminada la construcci­ón, adónde se meterán esos miles de albañiles, carpintero­s, electricis­tas y otros; les van a permitir residir en ellas o crearan una sobresatur­ación de las humildes zonas residencia­les de la isla? Los refugios vacacional­es de millonario­s extranjero­s no necesitará­n mano de obra durante diez meses al año, a lo más una aseadora o un jardinero por hora. Pongamos nuestros ojos en la bahía de Castilla y desarrolle­mos nosotros con inversioni­stas serios, otro Cancún, sin tener que bajarnos los calzones y entregar por bagatelas nuestro sagrado territorio nacional. Tiene razón nuestra Conferenci­a Episcopal y “Mundo” Orellana, ¡BASTA YA!

Nuestro territorio insular no puede ser vulgarment­e cedido a extranjero­s bajo vil mentira de que representa­rá el desarrollo mágico...”

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