Ver el futuro en el presente
El futuro no es tan incierto como se supone o popularmente se cree. De hecho, se puede leer en el presente. No es mañana cuando se define cómo será el futuro, sino hoy. Por ejemplo, la sociedad descompuesta de nuestro siglo XXI se pudo visualizar desde antes. Pero para hacerlo hay que disponer muy bien los sentidos y tener un razonamiento agudo. También es necesario entender la historia social como una cadena que va paulatinamente cambiando de formas y colores, y no como secciones.
Una gran representación de esta idea de la evolución social es la película argentina de 2018 “Rojo” escrita y dirigida por Benjamín Naishtat, en la que se puede disfrutar de un magnífico Darío Grandinetti. El largometraje está ambientado en la Argentina de 1975, justo antes de la instalación de la dictadura en 1976, una etapa violenta y dolorosa, que se fraguó muchos años antes en el más profundo silencio y la más completa cotidianidad. No se nos muestra en la película la vida de un político, ni movilizaciones internas, ni conspiraciones, sino la vida de personas comunes de clase media.
Se nos muestra una aceptación cotidiana de la violencia. Esta de todo tipo, en diferentes grados, pero al fin y al cabo violencia. Por eso el país está como está le dice el investigador al “respetable” abogado, mientras este confiesa que sí, que en efecto enterró un cadáver en el desierto. Es cierto, es inocente, pero ¿y si no lo fuera? De todas maneras, no importa, es más fácil que nadie se entere. Explicaría luego la crítica que, una sociedad así sería el recipiente perfecto para lo que sucedería después. Entonces, lo que se quiere mostrar es como no solo se trata de hechos políticos, sino de conciencias colectivas.
“Rojo” no habla de ciudadanos perversos, habla de aquellos que aceptan y se tapan los ojos ante la violencia. Habla de
No es mañana cuando se define cómo será el futuro, sino hoy. Por ejemplo, la sociedad descompuesta de nuestro siglo XXI se pudo visualizar desde antes”.
aquellos de la “pequeña trampita”, de los que actúan siempre a conveniencia. No se trata de merecimientos, eso es demasiado subjetivo. Se trata de cómo funcionan los sistemas sociales y en qué terminan desembocando casi ineludiblemente.
Entonces hay que preguntarse qué podemos ver de nuestro futuro. Hacia adonde van a desembocar los ríos que hoy recorremos.
Honestamente no es muy esperanzador, aunque siempre es posible un golpe de timón. Eso sí, el nuestro tendría que ser monumental. Vivimos en un alto grado de indiferencia. Y pensando un poco a la defensiva, responderé a la pregunta que se está haciendo en este momento. ¿No somos acaso solidarios cuando ayudamos a los demás en los desastres naturales? Sí, en los momentos muy puntuales sí, pero no hay una empatía y una solidaridad estructurales y sistemáticas. Si la empatía y la solidaridad fueran estructurales y sistemáticas, nuestro país sería otro. De eso no puede caber la menor duda.
A la indiferencia habría que sumarle otros antivalores como el egoísmo, el irrespeto, la irres“segundo, ponsabilidad, la mezquindad y la desgana. En efecto, no se trata de una generalización ni de un ensombrecimiento gratuito del panorama, pero quién no se preocupa si hay una sola manzana gusanosa que le pueda dañar las demás. Y evidentemente, no hay solo una.
Sí, somos el recipiente ideal para una peor situación. Entonces nos debe preocupar tanto el presente como el futuro. Si mañana nos toca decir que ayer era mejor, no nos sintamos orgullosos: es nuestra culpa, algo habremos hecho mal para entonces