El mundo según los introvertidos
Amenudo, cuando les explico a mis interlocutores que soy una persona introvertida, no me creen. Sobre todo, porque ven que me desarrollo muy bien en las conversaciones, se podría decir incluso que soy un buen conversador. Cuando estoy frente a un grupo de estudiantes, dando una conferencia o en alguna labor periodística, en efecto, podría parecer más bien una persona extrovertida, pero no es así.
Hay, evidentemente, una confusión de lo que significa ser introvertido. Las personas como yo, hablamos e interactuamos poco por elección. Nos sentimos cómodos en el silencio y cuando nos toca conversar lo hacemos con naturalidad. A diferencia de las personas tímidas que sí tienen un agobio ante la interacción social.
Al inicio dije que las personas me decían que no parecía introvertido, y ese no es un halago. Diría que es una ofensa, pero no soy de ofenderme. Desde pequeño sentí que el mundo no se acomodaba exactamente a mi manera de actuar. Se me pedía que actuara de maneras que no me hacían sentir cómodo. Por supuesto, hubo comparaciones poco afortunadas para mí. Llegué a sentir que yo estaba mal, pero mi única diferencia era la personalidad, en realidad en cuanto a capacidades intelectuales, por ejemplo, considero que no estuve nunca por debajo de nadie, quizá tampoco por encima. De todas maneras, como era de esperarse, esa situación no me hizo demasiado bien.
En algún punto de mi vida entendí que no era yo quien estaba mal, sino que era el mundo quien no entendía mi manera de ver la interacción social. Consecuentemente entendí que las actuaciones extrovertidas están sobrevaloradas. Hay que entender el término sobrevalorado como una valoración exagerada e injusta de las cosas. Por su parte ser introvertido está
En algún punto de mi vida entendí que no era yo quien estaba mal, sino que era el mundo quien no entendía mi manera de ver la interacción social”.
infravalorado. Ser introvertido o extrovertido —como no podía ser de otra manera— tiene el mismo valor. A unos les vendrán mejor unas actividades en la vida y otros le vendrán mejor otras. No hay, entonces, por qué superponer la una a la otra.
Por supuesto no pretendo contar aquí el drama de una vida, sino hacer una reflexión desde lo particular hacia general. Así como yo un día, hay muchos niños ahora que se sienten subestimados. Cuando se habla de que la niñez es el futuro de un país y que hay que trabajar por ella no solamente se debe pensar en grandes proyectos de infraestructura o programas escolares. También es necesario hacer entender a todo un constructo social que sea cual sea la personalidad de los niños tienen un lugar importante en el mundo.
Siempre hablo de que estos pequeños detalles son los que terminan de configurar el futuro de un país. No puede haber desarrollo sin felicidad, con todos los escollos que implica definirla.
Sé que se trata de un pensamiento generalizado y que es un problema casi invisible, pero no verlo ni trabajar sobre ello puede causar un enorme daño a un sector de la niñez y la juventud. Y solo porque no se comportan según un estereotipo.
No se trata de una enfermedad, ni de antipatía, ni de falta de capacidad. Es solamente un rasgo. Si se le pide a un niño introvertido que actúe como uno extrovertido no se lo está dotándolo de una personalidad, se le está muy probablemente pisoteando una que ya tiene. Piense que no todas las personas tienen fortuna de darse cuenta de que el problema no son ellos, sino las otras personas