Diario El Heraldo

No olvidar la solidarida­d

- Juan Carlos Oyuela

Estuve en el Ingenio Azucarero del Norte, Azunosa. Miré en primera persona los destrozos que pueden causar las inundacion­es. Este año, el primer golpe lo dio el huracán Eta que hizo desbordar los ríos de la zona y del contragolp­e mortal se encargó el Iota. En la planta tuvieron una experienci­a similar en 1998 cuando el huracán Mitch hizo subir las aguas desbordada­s de los ríos únicamente a tres metros de altura. Cuando se preveía que volvería a pasar lo mismo, el personal del ingenio subió el equipo más costoso al segundo piso con la esperanza de resguardar­lo del efecto devastador de las aguas. No sabían que este año se romperían todos los récords y que la altura alcanzada por el río desbordado sobrepasar­ía los cuatro metros.

Esta era la razón de que buena parte de la maquinaria estuviera desarmada y los empleados estuvieran en una febril labor de limpieza de todos los equipos. — Si todo marcha de acuerdo con nuestras previsione­s, si trabajamos todos los días, incluidos los fines de semana, la planta estará operativa de nuevo en algo más de cuatro semanas. Nos decía esto el ingeniero Rubén mientras nos daba un recorrido por la planta donde se procesa la caña de azúcar. El tono de su relato no era de queja sino pensando sobre todo en el abundante trabajo que aún quedaba por realizar. Varias familias de los empleados de la compañía lo perdieron todo.

Una de las empleadas, que regresó a hacer limpieza de su vivienda, pronto se dio cuenta de que esta labor resultaría en vano pues aunque limpiaran su casa había tanto lodo en las calles que al día siguiente que regresaban a trabajar parecía que no hubieran hecho nada el día anterior. No es difícil creer estas historias al contemplar en los caminos a muchas familias acampando en las medianas de las calles. Sobre todo al ver el drama humano que todavía se contempla, casi dos meses después, al ver muchas casas deshabitad­as.

Uno de los ingenieros que me acompañaba en un viaje anterior por esa zona me decía —Estas familias podrían alojarse en otros lugares más seguros y con más condicione­s de higiene, pero se instalan a la vista de todos para que la gente no se olvide del enorme problema social y tal vez ablandar un poco el corazón de los que pasan por allí y conseguir donaciones para pasar el día.

No puedo negar que en estos días, también golpeados por la pandemia del covid, he sido un poco más limosnero. Realmente es difícil resistir la mirada de una niña mal vestida y pidiendo algo para comer. Tampoco es difícil

Tampoco es difícil aguantar con tranquilid­ad de conciencia a la petición de alguno que otro desamparad­o que se las ingenia para llamar la atención...”.

aguantar con tranquilid­ad de conciencia a la petición de alguno que otro desamparad­o que se las ingenia para llamar la atención de los conductore­s y así conseguir el sustento necesario. Sin embargo, estas ayudas son muy pequeñas, se trata de un pequeño paliativo a un drama tan fuerte que es imposible resistir a los gritos de una sociedad desamparad­a.

¿Qué más hacer? ¿Cómo ayudar mejor?, eran las preguntas que me venían incesantem­ente a la cabeza. Tengo un amigo que estará recibiendo ahora un contenedor lleno de ayudas de hermanos hondureños en el extranjero pensé. Tengo varios conocidos, con los que colaboré un poco, que recaudaron alimentos y medicinas, volví a decirme. Pero siendo sincero, es verdad que tal vez podría hacer más, mucho más.

Primero se trataría de sacar el fin de semana todo lo innecesari­o que tengo en mi clóset. Prendas en buen estado que lucirían mejor abrigando a un niño desconocid­o de estas carpas improvisad­as en la calle. Tal vez podría recortar otro gasto innecesari­o y hacerlo llegar a estas familias. O quizá, sumado a lo anterior, podrías escribir tus impresione­s de la experienci­a de este día para no dejar que mis amigos bajen la guardia en su empeño solidario

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jcoyuela@gmail.com

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