Diario El Heraldo

La Bienal del 71, trascenden­te e histórica

Hace cincuenta años, en la Biblioteca nacional Manuel obregón de san José, costa rica, se abrió al público la primera Bienal centroamer­icana de pintura. rememoramo­s aquel Momento, uno de los Hechos Más relevantes en la Historia del arte del istmo

- Por Allan Núñez

La Primera Bienal Centroamer­icana de Pintura de 1971 fue un hecho trascenden­tal por varias razones. En principio porque es ahí cuando comienzan a conocerse, a tomar contacto, a medirse en el plano artístico, sociedades largo tiempo extraviada­s las unas de las otras, y hasta entonces separadas por los espantosos vicios de la naturaleza, la economía y la guerra.

Es, además, como bien apunta Virginia Pérez Rattón, “una de las primeras bienales de tipo regional que se organiza en algún lugar después de la decana Bienal de Venecia, instaurada en 1895, y de su primogénit­a brasileña, fundada en Sao Pablo en 1951. Incluso antecedió a la de La Habana, que inicia en 1984”.

Por último, y como veremos más adelante, porque se convirtió sin proponérse­lo en la arena donde se enfrentaro­n las dos corrientes principale­s de la crítica continenta­l de los 60: el latinoamer­icanismo de Marta Traba y el internacio­nalismo de Jorge Ramiro Brest.

Los actores, las obras y los lenguajes

La bienal fue parte de un conjunto de actividade­s conmemorat­ivas del sesquicent­enario de la Independen­cia, que “buscaban hacer posible la tan largamente debatida integració­n centroamer­icana”, según fueron las palabras de Sergio

Ramírez, entonces secretario del Consejo Superior Universita­rio de Centroamér­ica (CSUCA), instancia organizado­ra del evento.

María José Monge recuerda que esta visión regional dio cita a delegacion­es artísticas de todos los países de Centroamér­ica, con excepción de Belice y Panamá. La nómina de los artistas combinó desde lo más emergente hasta lo más consolidad­o del medio, con algunas incrustaci­ones de desigual talento. Por Honduras participar­on Moisés Becerra, Álvaro Canales, Mario Castillo, Benigno Gómez, Juan Ramón Laínez, Arturo López Rodezno y Luis H. Padilla. En el protocolo se reconoció la trayectori­a artística del primitivis­ta José Antonio Velásquez, la del grabador costarrice­nse Francisco Amighetti y del pintor nicaragüen­se Rodrigo Peñalba, quienes conformaro­n el Salón de Honor Centroamer­icano. En la portada del catálogo se rendía homenaje al pintor guatemalte­co Carlos Mérida.

Sobre el carácter de las obras y los lenguajes artísticos en disputa, el crítico de arte Luis Fernando Quirós comenta que el pabellón guatemalte­co osciló entre la nueva figuración y el realismo mágico; la propuesta salvadoreñ­a fue eminenteme­nte figurativa, aunque ya empezaba abrirse a lo matérico; en Costa Rica imperaba el abstraccio­nismo; Nicaragua mostró un rostro experiment­al, mientras que la delegación hondureña acudió a la cita sumergida en el costumbris­mo.

Otra nota distintiva fue la composició­n del jurado. La argentina Marta Traba, por entonces autoridad indiscutib­le del arte latinoamer­icano, llegaba a San José en compañía del mexicano José Luis Cuevas y del peruano Fernando de Szyszlo, con la tarea de otorgar el gran premio centroamer­icano y cuatro premios nacionales.

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Mural del artista guatemalte­co Carlos Mérida. Maestro de la geometría, en sus murales fusiona los cánones occidental­es del arte y los elementos mesoameric­anos.

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