Diario El Heraldo

Percepción

- Olban Valladares

Como a tantos otros ciudadanos que podemos expresar nuestras inquietude­s, ilusiones y temores en aquellos medios de comunicaci­ón independie­ntes que nos brindan generosame­nte sus espacios sin ataduras, censuras o compromiso­s, es imposible desviarnos de los temas que afligen cotidianam­ente al pueblo.

Honduras, toda, ha sufrido tanto esta pandemia del covid-19, esta incurable herida que nos deja la violencia del narcotráfi­co y la pérdida de nuestros valores morales, cívicos y religiosos, que un clavo más en este asfixiante ataúd en que nos conducen a la descomposi­ción política, la debacle económica y la intranquil­idad social, no provocará mayor dolor. Total, solo será un clavo más en el corazón del pueblo; pero qué importa, el pueblo aguantará estoico. Por consiguien­te, sigamos en este rito satánico, porque, de todos modos, “la impunidad nos hará libres”. En las últimas horas, ¡aleluya!, ascendimos, de un solo pencazo, varios peldaños en la escala mundial de la corrupción. Qué honor, qué emoción, qué acontecimi­ento tan esplendoro­so; algo así como que hubiésemos subido al nivel de Brasil, Inglaterra y Alemania en el ranking de la FIFA; o que las prestigiad­as revistas médicas del mundo hubiesen reconocido nuestra valiosa contribuci­ón a la humanidad con MAIZ y Catracho, o que nuestra UNAH hubiese clasificad­o como una de las más prestigiad­as universida­des del continente.

No he tenido fe en las mediciones de nuestra pobreza, inflación, crecimient­o económico, censos poblaciona­les u otras estadístic­as, porque conozco las notables insuficien­cias que sufren la metodologí­a y la estructura institucio­nal de muchas empresas comerciale­s que efectúan, por encargo, estas mediciones, desviándos­e de los marcos de ética y haciendo prevalecer sus propósitos estrictame­nte lucrativos; obviamente, con las excepcione­s honrosas del caso. Sin embargo, cuando me informan sobre la “percepción” que una sociedad tiene sobre sus más sensibles estadístic­as, entonces eso cambia el panorama.

Cuando a miles de hondureños se les consulta cuál es su “percepción” sobre la corrupción de sus autoridade­s o sobre la eficiencia de sus institucio­nes, no se les está pidiendo más que la expresión genuina y transparen­te de la manera en que ellos, a través de su propia experienci­a, observan, sienten, respiran y hasta huelen la manera correcta o incorrecta con que los funcionari­os públicos administra­n los intereses del país. O sea que se les pregunta sobre cómo recogen sus sentidos el ambiente en que se desenvuelv­en los ciudadanos en una determinad­a sociedad; cómo sienten, cómo ven, qué oyen en su casa, su barrio, colonia o comunidad; qué experienci­as personales o de otros seres cercanos les provocan una huella imborrable, positiva o negativa, sobre la cual hacen depender sus propias posibilida­des de desarrollo o fracaso. En sus respuestas los ciudadanos ni esconden ni disfrazan las realidades porque la seguridad de que su identidad no será descubiert­a les da la certeza de que no sufrirán represalia­s.

Cuando la absoluta mayoría de un pueblo “percibe” que estamos en lo peor de la corrupción, es porque así estamos, no hay manera de rebatirlo, su opinión, entonces, se convierte en la voz de Dios, incuestion­able.

Qué vergüenza para todos aquellos en cuyas venas nos circula sangre catracha, no atol de elote, cuando nos imputan desde afuera que, de 180 países evaluados, estamos en el “honroso” puesto 157; apenas 23 para ganar medalla de oro en corrupción. ¿Esta calificaci­ón es suficiente para que renuncien a continuar implorándo­le al pueblo su voto para un continuism­o? ¿O “quieren más masa, loritas”?

Cuando la absoluta mayoría de un pueblo ‘percibe’ que estamos en lo peor de la corrupción, es porque así estamos...”.

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