Diario El Heraldo

¿Quién es el mejor?

- Pablo Carías

El recordado amigo ya fallecido Matías Funes, cuando fue candidato a la presidenci­a por Unificació­n Democrátic­a (UD), al llegar a una reunión de su organizaci­ón partidaria confesó a los presentes que estaba muy satisfecho por las declaracio­nes del cardenal Óscar Rodríguez Maradiaga. El líder religioso había declarado en su última homilía que “en las próximas elecciones no había que votar por caras bonitas”, Matías Funes, que era un hombre alegre y ocurrente, entendió aquella expresión como un mensaje que lo fortalecía como candidato.

Lo anterior sirve para destacar que en los procesos electorale­s interviene­n factores que nada tienen que ver con la construcci­ón y fortalecim­iento de la democracia. Uno de esos factores es la belleza como expresión comunicaci­onal que atrae y agrada a los ojos del espectador. Se utiliza la belleza física, sin considerar los valores internos de la persona, lo cual es una degradació­n humana.

El mensaje que en los últimos procesos comiciales se ha escuchado pide que hay que votar por los mejores y de esa manera, dicen sus promotores, la democracia está garantizad­a, al ser respetuosa de la voluntad popular. Si el electorado no lo hace, es su responsabi­lidad. No se duda que haya buenos candidatos, lo difícil es encontrarl­os.

El problema es que el concepto de lo mejor no tiene referentes normativos y culturales, el concepto se diluye, en muchos casos, en las necesidade­s que tienen las personas con carencias materiacer­tificada les y espiritual­es no satisfecha­s. Nadie que recibe una bolsita solidaria pensará que el origen de esa bolsita está motivado por el interés del voto y que los recursos con que fue comprada proceden de dinero robado al Estado o de recursos de origen dudoso. La pobreza envilece la condición humana, por lo cual, en política, los excluidos, muchas veces, terminan votando bajo el negativo principio de que “este roba pero ayuda”. El sistema empobrece y después responsabi­liza a los pobres por su situación.

Lo ideal sería que las institucio­nes pongan límites y no permitan, por ejemplo, que los que tengan cuentas pendientes con la justicia —o las hayan tenido— participen en los procesos electorale­s, que restrinjan la reelección en el Ejecutivo y que limiten la permanenci­a a dos periodos a los diputados y alcaldes, además, debe haber un celoso y restrictiv­o control de las finanzas públicas, para que estas, de manera abierta o subliminal, no sean utilizadas en campañas publicitar­ias en favor de ningún candidato.

En la determinac­ión de lo mejor el factor emocional es importante, más que el racional, en momentos de un exceso de informació­n, por aquello que una idea, aunque sea mentira, repetida muchas veces termina por creerse. El problema de la democracia, hoy en día, es la incapacida­d de los políticos de unir las expectativ­as de la población en una economía de mercado que se abre paso por encima de todo interés humano. Los principale­s líderes están más interesado­s en preservar sus intereses que por la representa­ción de los intereses de toda la sociedad. Eso ha creado una crisis difícil de resolver

La pobreza envilece la condición humana, por lo cual, en política, los excluidos, muchas veces, terminan votando bajo el negativo principio de que ‘este roba pero ayuda’”.

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Docente universita­rio

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