¿Quién es el mejor?
El recordado amigo ya fallecido Matías Funes, cuando fue candidato a la presidencia por Unificación Democrática (UD), al llegar a una reunión de su organización partidaria confesó a los presentes que estaba muy satisfecho por las declaraciones del cardenal Óscar Rodríguez Maradiaga. El líder religioso había declarado en su última homilía que “en las próximas elecciones no había que votar por caras bonitas”, Matías Funes, que era un hombre alegre y ocurrente, entendió aquella expresión como un mensaje que lo fortalecía como candidato.
Lo anterior sirve para destacar que en los procesos electorales intervienen factores que nada tienen que ver con la construcción y fortalecimiento de la democracia. Uno de esos factores es la belleza como expresión comunicacional que atrae y agrada a los ojos del espectador. Se utiliza la belleza física, sin considerar los valores internos de la persona, lo cual es una degradación humana.
El mensaje que en los últimos procesos comiciales se ha escuchado pide que hay que votar por los mejores y de esa manera, dicen sus promotores, la democracia está garantizada, al ser respetuosa de la voluntad popular. Si el electorado no lo hace, es su responsabilidad. No se duda que haya buenos candidatos, lo difícil es encontrarlos.
El problema es que el concepto de lo mejor no tiene referentes normativos y culturales, el concepto se diluye, en muchos casos, en las necesidades que tienen las personas con carencias materiacertificada les y espirituales no satisfechas. Nadie que recibe una bolsita solidaria pensará que el origen de esa bolsita está motivado por el interés del voto y que los recursos con que fue comprada proceden de dinero robado al Estado o de recursos de origen dudoso. La pobreza envilece la condición humana, por lo cual, en política, los excluidos, muchas veces, terminan votando bajo el negativo principio de que “este roba pero ayuda”. El sistema empobrece y después responsabiliza a los pobres por su situación.
Lo ideal sería que las instituciones pongan límites y no permitan, por ejemplo, que los que tengan cuentas pendientes con la justicia —o las hayan tenido— participen en los procesos electorales, que restrinjan la reelección en el Ejecutivo y que limiten la permanencia a dos periodos a los diputados y alcaldes, además, debe haber un celoso y restrictivo control de las finanzas públicas, para que estas, de manera abierta o subliminal, no sean utilizadas en campañas publicitarias en favor de ningún candidato.
En la determinación de lo mejor el factor emocional es importante, más que el racional, en momentos de un exceso de información, por aquello que una idea, aunque sea mentira, repetida muchas veces termina por creerse. El problema de la democracia, hoy en día, es la incapacidad de los políticos de unir las expectativas de la población en una economía de mercado que se abre paso por encima de todo interés humano. Los principales líderes están más interesados en preservar sus intereses que por la representación de los intereses de toda la sociedad. Eso ha creado una crisis difícil de resolver
La pobreza envilece la condición humana, por lo cual, en política, los excluidos, muchas veces, terminan votando bajo el negativo principio de que ‘este roba pero ayuda’”.