Incoherencia
Aa la esperanza confiamos en que saldremos adelante. No sabemos cómo. Lo sabríamos si la planificación y ejecución responsables de las tareas gubernamentales se cumplieran. Entonces la incertidumbre no fuera el norte de lo que no se sabe. Incoherencia diaria, propia de patios del desorden. Se le piden mangos al ciruelo y se obtienen naranjas. Unos cuantos reclaman y otros saborean las naranjas como si de mangos y no ciruelos se tratara. Aquí donde cinco más cinco pueden ser 20 y 10 más 10 resultan 100, otros resultados son impredecibles: la justicia puede ser injusta y la cura enfermar.
Donde todo es posible y el malabarismo caracteriza las gestiones gubernamentales que debieran ser modelos de eficiencia, no lo son. Asidos al pensamiento mágico que caracteriza a una nación ingenua, sorprendida vez tras vez por sus dirigentes, los públicos y los privados, en que, siéndoles evidente la realidad, teniéndola frente a los ojos, terminan por caer y creer que están equivocados. Efectos del desmayo provocado por cualquier suerte de charlatanes. ¿Tendremos lo que nos merecemos? Debiera ser connatural la certeza de que nuestros conductores dentro y fuera del gobierno tomarán sabias decisiones y que, como resultado, el bienestar, aún el que no existía antes de la pandemia, será alcanzado. Ya está patentado en el imaginario popular que el más gritón, el más mentiroso, el más cínico pueden acrecer su credibilidad como si no lo fueran. La sola presencia en los medios trae aparejada cierta confianza por parte de los incautos como de los astutos receptores de los mensajes. Ya casi un año con la preocupación creciente sobre la propia seguridad en la pandemia. Todo un andamiaje de profesionales capaces, y otros no tanto, detrás de la vacuna contra el covid-19, y después de todo ese esfuerzo y gastos, con un telefonazo del mandatario a su par israelí se consiguieron unas vacunas. Agradecidos siempre con Israel, pero más conscientes de tanta incompetencia local. Y sigue la incoherencia