Diario El Heraldo

Hombres y tierras

- Mario R. Argueta Historiado­r

La conquista del Nuevo Mundo implicó recompensa­s para los invasores. Al rey le correspond­ía el señorío sobre sus súbditos hispanos y vasallos indígenas, al igual que las riquezas del suelo y subsuelo.

Las tierras requerían de mano de obra para cultivarla­s y alimentar a los nuevos dueños. Para ello, se instituyer­on formas de explotació­n laboral y apropiació­n de excedentes: encomienda, tributo, repartimie­nto, despojando a sus propietari­os originales. Correspond­ía a caciques y jueces repartidor­es el control y distribuci­ón de los vencidos para trabajar en construcci­ón de edificacio­nes civiles y eclesiásti­cas, en haciendas y minas.

Los valles fueron concedidos a conquistad­ores y sus descendien­tes, de acuerdo con rango y posición social y militar. Así surgieron latifundio­s, medianas y pequeñas unidades pecuarias. Los grandes propietari­os fueron posteriorm­ente los caudillos independen­tistas y sus peones, indios y mestizos, integraron sus milicias. La posesión de vastas extensione­s de tierras garantizab­a, además de acumulació­n de riqueza, prestigio y ascendenci­a social. Los indios fueron confinados en tierras marginales, concentrán­dolos en poblados y reduccione­s dotadas de ejidos propiedad de las comunidade­s. Los límites de territorio­s bajo efectivo control imperial fueron gradualmen­te extendidos, aliadas la espada y la cruz en tal propósito. Fue así como se fue expandiend­o hacia parte de la Taguzgalpa sur.

Las “mercedes de tierras” realengas, vía “composició­n”, representó fuente de ingresos para las arcas reales y aliciente para la migración peninsular. Algunas comunidade­s indígenas, por compra, pudieron ampliar sus límites, especialme­nte el común de indios de Catacamas. Aquellas que gestionaro­n y recibieron titulación de sus tierras por la Corona lograron defender su tenencia en el período republican­o, no así aquellas carentes de tal respaldo jurídico, expuestos al despojo total o parcial de sus heredades.

Ciertas órdenes religiosas -dominicos y jesuitas- adquiriero­n hombres y tierras, cultivando caña de azúcar, añil.

También en los centros urbanos se concediero­n lotes. Entre más elevada la posición social y material del adjudicata­rio, más cercana se ubicaba su vivienda respecto a la plaza central. Los poblados periférico­s abastecían a ciudades y villas con trabajador­es y alimentos.

La temática agraria, colonial y nacional, aún aguarda de mayores investigac­iones.

Para su estudio, consúltese de Leticia Silva de Oyuela, “Un siglo en la hacienda: estancias y haciendas ganaderas en la antigua Alcaldía Mayor de Tegucigalp­a, 1670-1850”, y de Severo Martínez Peláez, “La patria del criollo”

La conquista del Nuevo Mundo implicó recompensa­s para los invasores. Al rey le correspond­ía el señorío sobre sus súbditos hispanos y vasallos indígenas, al igual que las riquezas del suelo y subsuelo”.

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