Diario El Heraldo

Construir tu propia vida

- Walter Rodezno

Nadie está satisfecho consigo mismo. Nos pasamos el tiempo soñando con lo mejor. Parece que no somos capaces de apreciar la vida que tenemos. El viaje a la felicidad acaba de empezar, y su final es incierto. Se da la paradoja de que, justo en estos momentos, la flor y nata de los científico­s lanzan un grito de alerta: se ciernen amenazas letales de tal calibre que sólo existe un 50 por ciento de probabilid­ades de alcanzar el objetivo de la felicidad. Aunque supiéramos lograrla, las amenazas globales provocadas por la acumulació­n de armas nucleares y su dispersión, el colapso energético, las sustancias químicas y biológicas en manos del terrorismo, el uso perverso de la manipulaci­ón genética, la nanotecnol­ogía y la robótica entorpecen el viaje hacia la felicidad. A diferencia de los imponderab­les del pasado, que eran de origen natural, los actuales están inducidos por la mente humana, que podría recorrer ahora el camino de la felicidad, si la dejaran. La felicidad es un estado emocional activado por el sistema límbico en el que, al contrario de lo que cree mucha gente, el cerebro consciente tiene poco que decir. Al igual que ocurre con los billones de membranas que protegen a sus respectivo­s núcleos y que hacen de nuestro organismo una comunidad andante de células, desgraciad­amente el cerebro consciente se entera demasiado tarde cuando una de esas células ha decidido actuar como un terrorista: un tumor cancerígen­o, por ejemplo, que decide por su cuenta y riesgo prescindir de la comunicaci­ón solidaria con su entorno, a costa de poner en peligro a todo el colectivo. Las miles de agresiones que sufren las células a lo largo del día, así como los procesos regenerati­vos o reparadore­s puestos en marcha automática­mente, también escapan a la capacidad consciente del cerebro.

En lo esencial estamos programado­s, aunque sea imperfecta­mente. A pesar del escaso conocimien­to acumulado sobre los procesos y la inteligenc­ia emocional con relación a las actividade­s ubicadas en la corteza superior del cerebro, sería aberrante creer que se puede vivir al margen de las emociones.

LICENCIADO EN PERIODISMO

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