Diario El Heraldo

De las entrañas del pueblo sale el paste que llega a las ciudades...

Producción En las remotas aldeas El Suyatillo y El Platanar se fabrican los pastes que abastecen mercados, calles y abarroterí­as. Conocimos en vivo el proceso que mantiene en pie a varias familias de la zona

- NUEVA ARMENIA FRANCISCO MORAZÁN Alexeiev Morales El Heraldo alexeiev.morales@elheraldo.hn

Cuando el bus de don Marlin Barahona empieza a ronronear camino arriba por “la cuesta del muerto”, rumbo a la capital, los ojos de Carmen Alvarado desbordan vanidad; allá va el trabajo de una semana, algo así como la elaboració­n de 400 pastes diarios que se venderán pronto en Tegucigalp­a...

Solo ha quedado la estela de una de las cinco unidades que a diario hacen la ruta Nueva Armenia-tegucigalp­a y de inmediato Carmen cierra el portón de aguja de su casa y se apresta a iniciar una nueva producción, que servirá para mantener -junto a su esposo Manuel Cascoa sus tres hijos.

En las aldeas El Suyatillo y El Platanar la gente se levanta antes que el Sol comience a vagar por el cielo, a trabajar la agricultur­a. Pero también a fabricar ladrillos, a cocinar pan y rosquillas y a pasar una larga y filuda navaja a las luffas o “pasteras” maduras que un día antes han ido a recolectar los hombres de estas comunidade­s. Como por ejemplo los hermanos Henry y Marlon Zúniga...

Expertos en el arte, el cuchillo parece un afilado colmillo que se extiende de sus antebrazos para abrir las tusas, quitarles la vena y mandarlas al planchado artesanal -una máquina que inventaron ellos mismospara que luego se le dé forma circular o rectangula­r y llegue a manos de las costureras...

Como por ejemplo Aleyda Ortiz, Marisol Espinal, Nely Palma o la mismísima Carmen Alvarado, quien recuerda cuando hace un año era una novata y terminaba de hacer sus primeras puntadas. “Yo tenía la máquina y me daba curiosidad ese trabajo de los pastes... hasta que un muchacho me vendió el motor y me empezó a enseñar” recuerda, mientras sus frondosos dedos café empiezan la guerra por enhebrar una aguja.

- ¡Hay que tener bueno ojos... ja, ja, ja!

- ¿Y cuántos pastes hace?

- Al día puede ser que algunos 400. Lo que pasa que se les da una pasada hoy y otra mañana para que queden bien.

- Y una vez terminados se van para Tegus, ¿no es así? - Semanalmen­te viene un muchacho que los compra o sino cada 15 días se le manda el paquete en el bus que va a Tegus. Al por mayor el precio es de seis lempiras; por unidad, 10. - ¿Usted es de acá? - No, soy de Concepción de Intibucá pero vivo acá desde los 16 años siguiendo a mi esposo... ja, ja, ja.

Unas 10 familias son las que justamente subsisten de esta rudimentar­ia destreza que finalmente lleva sus productos a las calles del país, a los estantes de los supermerca­dos y, claro, a Estados Unidos cuando desde Norteaméri­ca piden su respectiva dotación de pastes.

Todo nace acá donde se pierde la señal del celular, en medio de los cerros El Suyatillo y El Platanar. Todo nace acá mismo en el polvo eres, polvo serás de estos humildes poblados que encontraro­n su vocación en el corazón de las “pasteras”...

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