Llegada del pueblo garífuna
Apartir de su arribo a Roatán, exilados de la isla de San Vicente en 1797, se trasladaron a tierra firme hondureña, fundando pueblos costeros a lo largo del litoral norte. A ellos debemos el gradual poblamiento de esa región, hasta entonces escasamente habitada. Gradualmente también se establecieron en Belice, Guatemala y Nicaragua, en búsqueda de oportunidades laborales y educativas, los que permanecieron en Honduras se fueron desplazando tierra adentro, lo que permitió que sus compatriotas mestizos fueran conociéndolos. Otros se han ido asentando en Estados Unidos, conservando vínculos familiares y afectivos con su patria. El conservar su cultura ancestral ha permitido identificarse con sus raíces africanas y caribeñas, otorgándoles un distintivo perfil que enriquece el patrimonio espiritual nacional.
La presencia garífuna se hace sentir en deportes, música y danza, declaradas patrimonio intangible de la humanidad por la UNESCO, destacando también en el ejercicio de profesiones liberales, artes plásticas, literatura, periodismo y teatro. Sus comunidades enfrentan problemáticas similares a las de sus hermanos indígenas, los que son recordados en el Informe de Derechos Humanos de Naciones Unidas para Honduras, 2020. La pandemia de covid-19 exacerbó aún más su vulnerabilidad, afectando con las restricciones de movimiento su derecho a la alimentación, atención médica y tierra. La tenencia de sus territorios y recursos naturales sufren el embate de personas ajenas a sus comunidades. Prejuicios racistas, a veces disfrazados de paternalismo condescendiente, deben ser superados vía campañas educativas en distintos niveles. Entre las recomendaciones del documento se incluye: “Revisar la compatibilidad de las ZEDE con las obligaciones internacionales de derechos humanos, incluyendo el asegurar el consentimiento libre, previo e informado de los pueblos indígenas y afrohondureños afectados”. Salud a nuestros compatriotas garífunas, a 224 años de su llegada a Honduras