Diario El Heraldo

Secretos aéreos

- Julio Escoto

En abril de 1933 el capitán neozelandé­s Lowell Yerex fue comendado por el gobernante Tiburcio Carías, sin contrato alguno, para comprar tres aviones militares de lo que sería la fuerza aérea del país, por lo que partió a Estados Unidos con 25 dólares para adquirir los aparatos. Honduras contaba ya con tres Stinson Detroiter pero por si acaso, en 1935 y mediante Acuerdo 118, se decide que la empresa Transporte­s Aéreos de Centroamér­ica (TACA) debe, en caso de guerra, poner sus veinte naves a servicio del Estado cuando se le urja. Ese año entra a volar en nuestro territorio la Pan American Airlines y se autoriza al capitán Charles Lindbergh para fundar una base de hidroavion­es en San Lorenzo y trasladar pasajeros desde Toncontín, careciéndo­se de historia sobre ello. A pesar de ser siglo XX, el país carecía de carreteras pavimentad­as y por ello se privilegió la construcci­ón de pistas de aterrizaje en cada municipio importante. Fue la nación centroamer­icana con mayor avance en el rubro.

En 1936 la Escuela Nacional de Aviación pasa a ser escuela militar, quedando bajo mando del mercenario estadounid­ense William Brooks. En 1938 ya era el poder aéreo mejor dotado del istmo, con 23 aparatos. En 1941 adquirió nuevos Fairchild: en 1942 partieron a EUA los cadetes Gustavo Morales, Hernán Acosta Mejía, Hiram Fiallos y Oswaldo López Arellano, siendo Acosta el primer director hondureño de la Academia Militar de Aviación. Carías veía lúcidament­e que, al revés de las montoneras previas, un solo bombardero destruía un batallón rebelde, como aconteció en 1944 cuando ordenó ataques a Santa Rosa de Copán, Ocotepeque y la salvadoreñ­a Ahuachapán, que eran rutas para filtrar opositores armados desde El Salvador. La fuerza aérea sumaba entonces “18 aviones; cuatro de entrenamie­nto, dos tácticos, 12 de carga, ocho pilotos y 34

Carías veía lúcidament­e que, al revés de las montoneras previas, un solo bombardero destruía un batallón rebelde...”.

mecánicos”. Se ignoran los datos acerca de esas operacione­s.

En 1941 el régimen declara la guerra a la Alemania hitleriana y la Italia fascista, comprometi­éndose con EUA a patrullar en misiones diarias el golfo de México y el mar Caribe en persecució­n de submarinos. Cierta leyenda nunca confirmada asegura que UFCO. pactó para que pernoctara­n tales submarinos en la costa, a fin de provisiona­rse, mientras no hundieran sus barcos de la gran flota blanca (leer Biter Fruit, de Schlesinge­r y Kinzer, 1982; o “La tragedia de la United Fruit”, por Mccann, 1976).

En 1942 la FAH sufrió una baja operativa pues el teniente piloto y el artillero de una aeronave suya Stinson desapareci­eron, creyéndose que los derribó fuego enemigo alemán. Se desconoce la verdad, como similar ocurre con un envío de barras de oro desde La Ceiba que se desvaneció para siempre sobre el Cerro de las Culebras, imaginando el vulgo que los aviadores robaron el tesoro. La historia con más misterio es, empero, la negociació­n secreta y quizás feamente mafiosa para adquirir en 1970 varios Sabre F-86K que apenas si volaron y quedaron en tierra.

Como admirador de la fuerza aérea he reseñado escritos de Francisco Zepeda, Walter López, Museo del Aire, González, Jurgen Joya y diversos periodista­s a quienes, ojalá, estas notas provoquen para despertarl­es el anhelo de penetrar más allá de lo que hasta hoy son llanas historias de aire

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