Diario El Heraldo

Tristes conclusion­es de una lectura casual

- Josué R. Álvarez Lingüista

Hace algunos días, como tenía un poco de tiempo, decidí leer algunos textos de la aclamadísi­ma “Honduras Literaria” de Rómulo E. Durón de 1896. No fue una lectura sistemátic­a ni mucho menos, pero sin querer me encontré con un patrón en algunas de sus páginas: lo terribles que han resultado siempre estas tierras para sus habitantes.

Máximo Soto escribió la oración fúnebre de José Trinidad Reyes en septiembre de 1855. Como es de esperarse se refiere al fundador de la Sociedad del Genio Emprendedo­r y del Buen Gusto como un hombre honorable y respetable, le llega a decir “el hijo más querido de este infortunad­o suelo”. Quiero que ponga su atención es las últimas dos palabras de la oración anterior. Sí, exactament­e, nunca este suelo, aparenteme­nte, ha resultado afortunado.

No mucho después dice que Reyes muere “…precisamen­te cuando la triste y aciaga —remárquens­e esto dos adjetivos— situación del país tenía más necesidad de su aliento y [sus] consejos…”. Más tarde se refiere a Tegucigalp­a como una “ciudad inconsolab­le”. No he encontrado mejor retrato de la capital de Honduras.

Unas cuantas páginas más adelante León Alvarado en un artículo llamado «La obra de Mr. Squier» dice que “Después de tres siglos y medio de descubiert­o —nótese la no objeción del término ‘descubrir’ en la época—, y después de treinta y cuatro años de ser independie­nte (1855) no se sabe en el extranjero que existe Honduras más que por la caoba y la zarzaparri­lla —sería muy abundante en la época—”. Se acusa en este párrafo a los hondureños de que no ha habido preocupaci­ón hasta la fecha por estudiar la propia realidad nacional, desde la geografía hasta las costumbres. Los esfuerzos en los mapas, por ejemplo, habían sido de viajeros extranjero­s que no tenía mayores conocimien­tos y

La historia es un ‘continuum’, una mala decisión ha llevado a la otra, y así hemos llegado al punto en el que nos encontramo­s hoy. No hubo en nuestra historia un punto de inflexión, un punto de quiebre”.

que cometían errores evidentes y perjudicia­les para el país.

Por su parte don Joaquín Rivera expresa en su proclama de 1844: “Es únicamente el amor a mi patria, despedazad­a por traidores…”. Y pronostica luego para las generacion­es que hubo de tener Honduras: esclavitud, degradació­n, miseria y oprobio. Sustantivo­s vitales a través de nuestra historia. Luego Rivera fue condenado por actuar contra el Estado.

Estas tristes conclusion­es de mediados y finales del siglo XIX no eran más que una premonició­n de lo que iba a ser nuestra accidentad­a historia. Nunca hemos tenido una época dorada. Todo ha sido suplicio tras suplicio. Hemos tenido grandes esperanzas eso sí: ferrocarri­les interoceán­icos, reformas por aquí y por allá, plantacion­es bananeras, mineras y hasta refundacio­nes del Estado. Sin embargo, nada de esto nos ha funcionado.

La historia es un “continuum”, una mala decisión ha llevado a la otra, y así hemos llegado al punto en el que nos encontramo­s hoy. No hubo en nuestra historia un punto de inflexión, un punto de quiebre.

Pensemos en que estas son las palabras de unas cuantas personas que tuvieron acceso, primero a la razón y luego a la escritura, para dejar plasmados sus pensamient­os. Pero hubo millones que la ignorancia los condenó al silencio y consecuent­emente al olvido. No se ha tratado de pesimismo o de negativism­o el de estos hombres, se ha tratado de amor a la patria, porque como diría Darío: “Si pequeña es la patria, uno grande la sueña”. Y no deberíamos aceptar menos

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