¿Y después del Bicentenario?
Una de las cosas que hemos aprendido los hondureños con los últimos cuatro gobiernos (un liberal y tres nacionalistas) es que para algunas personas el color del dinero puede más que los colores patrios. Irónicamente, cuando llega el mes de septiembre colocan la Bandera como decoración y dicen ser más patriotas que el mismo Francisco Morazán. La pregunta debe ser ahora ¿y después del Bicentenario qué? Honduras pinta más canas, pero muchos no han perdido las mañas, pues como todos sabemos, el color del dinero ha comprado a dueños de medios de comunicación, periodistas, jueces, fiscales, funcionarios, militares, empresarios, etc., que se han hecho cómplices por acción u omisión de múltiples actos de corrupción cometidos al más alto nivel. Eso, lamentablemente, viene ocurriendo ya hace décadas, y no solo en este gobierno. Entonces, podemos decir que es una mala costumbre, ya arraigada, en Honduras, pero para ser justos también en toda América Latina. Parece que es parte de la nuestra cultura tolerar la corrupción. No hay país en donde no se hable de escándalos, quizás la única diferencia es que con el transcurso de los años los montos o cuantías de los sobornos, coimas — o como quiera usted llamarle— son más exagerados e incluso son recursos de dudosa procedencia (crimen organizado). En tiempos de los gobiernos militares ocurrió lo mismo, robaron tan descaradamente como ocurre ahora con la única diferencia de que en esos tiempos no habían instituciones creadas para combatir y perseguir la corrupción.
Pero no todo está perdido, parece que en nuestro país en las nuevas generaciones, esos más de 500 mil nuevos electores, hay un despertar y un desprecio hacia los corruptos. Nuestros jóvenes saben que este 28 de noviembre pueden castigarlos con su voto, que en sus manos está cambiar el destino de Honduras. De ellos depende