Miren lo que trajo el gato
Al regresar a casa un día de estos noté en el suelo del garaje un figura sospechosa, como una serpiente; y eso era: mediana, tal vez café, pero inmóvil. Bajé del carro con la sensación inevitable de que cuando hay una, hay otra y otra alrededor, pero esta estaba sola, inexplicablemente muerta e inofensiva.
El guardia de la colonia vino a mi llamado para decirme, inquieto, que esa era una culebra peligrosa, que a saber de dónde habría salido; luego trajo un recogedor de basura y una escoba para retirarla, y quedarse conmigo especulando cómo había llegado ese reptil hasta el parqueo, y morir sin marcas de aplastamiento o cortaduras.
Es difícil creer que el instinto de supervivencia aventure a una serpiente a andar por allí, no solo porque está todo pavimentado, sino que circulan vehículos y personas, y eventualmente hay niños jugando en la calle y adultos paseando a sus perros, sin contar que no conseguiría comida.
Una gata que hace un tiempo se amistó conmigo apareció de la nada, buscando en el sitio donde había estado la serpiente, me miraba maullando, y daba vueltas oteando en los rincones, maullaba otra vez y me observaba inquisidora, y concluimos que había visto la culebra y, a saber si ella misma la había matado.
Esa gata de tonos amarillos, grises y blancos, llegó de la calle hace algunos meses, y cuando coincidimos afuera se restregó en mi pantalón y parecía reclamar algo: le dimos comida y agua; y volvió al día siguiente, y otro día y otro, hasta que se acomodó para dormir las mañanas en el techo del carro.
Se perdió una temporada, y la imaginamos en familia con
Su instinto de proteger y alimentar a otros, más en las gatas que en los gatos, los hace compartir su cacería, que logran con ferocidad, a pesar de los cinco mil años de domesticación”.
decenas de gatos que abundan la colonia, donde se multiplicaron incontrolables y departen entre desperdicios el día que pasa el camión de la basura. Algunos vecinos gozan dándoles de comer y rodeándose de 12 o 15 de ellos.
Hace unas semanas la gata regresó, y se ve más grande y robusta, como que le ha ido bien; subió al alféizar de la ventana para anunciarse maullando, y se complació comiendo una salchicha.
Todo esto hizo recordar la costumbre que tienen estos felinos de traer regalos a la casa donde se sienten agradecidos.
Su instinto de proteger y alimentar a otros, más en las gatas que en los gatos, los hace compartir su cacería, que logran con ferocidad —a pesar de los cinco mil años de domesticación— y vuelven con animales muertos como ofrenda: pájaros, lagartijas, ranas, escorpiones y hasta serpientes. De ahí la expresión de asombro, “miren que trajo el gato”.
Asumimos que esa podría ser la explicación de la inconcebible presencia de la serpiente muerta en el garaje, y confiamos en que la gata sienta que con eso ya nos ha pagado, para que no haya más sorpresas temibles: pero ese comportamiento hace recordar aquella frase de la canción de Roberto Carlos, “yo quisiera ser civilizado como los animales” lo