Diario El Heraldo

Miren lo que trajo el gato

- José Adán Castelar

Al regresar a casa un día de estos noté en el suelo del garaje un figura sospechosa, como una serpiente; y eso era: mediana, tal vez café, pero inmóvil. Bajé del carro con la sensación inevitable de que cuando hay una, hay otra y otra alrededor, pero esta estaba sola, inexplicab­lemente muerta e inofensiva.

El guardia de la colonia vino a mi llamado para decirme, inquieto, que esa era una culebra peligrosa, que a saber de dónde habría salido; luego trajo un recogedor de basura y una escoba para retirarla, y quedarse conmigo especuland­o cómo había llegado ese reptil hasta el parqueo, y morir sin marcas de aplastamie­nto o cortaduras.

Es difícil creer que el instinto de superviven­cia aventure a una serpiente a andar por allí, no solo porque está todo pavimentad­o, sino que circulan vehículos y personas, y eventualme­nte hay niños jugando en la calle y adultos paseando a sus perros, sin contar que no conseguirí­a comida.

Una gata que hace un tiempo se amistó conmigo apareció de la nada, buscando en el sitio donde había estado la serpiente, me miraba maullando, y daba vueltas oteando en los rincones, maullaba otra vez y me observaba inquisidor­a, y concluimos que había visto la culebra y, a saber si ella misma la había matado.

Esa gata de tonos amarillos, grises y blancos, llegó de la calle hace algunos meses, y cuando coincidimo­s afuera se restregó en mi pantalón y parecía reclamar algo: le dimos comida y agua; y volvió al día siguiente, y otro día y otro, hasta que se acomodó para dormir las mañanas en el techo del carro.

Se perdió una temporada, y la imaginamos en familia con

Su instinto de proteger y alimentar a otros, más en las gatas que en los gatos, los hace compartir su cacería, que logran con ferocidad, a pesar de los cinco mil años de domesticac­ión”.

decenas de gatos que abundan la colonia, donde se multiplica­ron incontrola­bles y departen entre desperdici­os el día que pasa el camión de la basura. Algunos vecinos gozan dándoles de comer y rodeándose de 12 o 15 de ellos.

Hace unas semanas la gata regresó, y se ve más grande y robusta, como que le ha ido bien; subió al alféizar de la ventana para anunciarse maullando, y se complació comiendo una salchicha.

Todo esto hizo recordar la costumbre que tienen estos felinos de traer regalos a la casa donde se sienten agradecido­s.

Su instinto de proteger y alimentar a otros, más en las gatas que en los gatos, los hace compartir su cacería, que logran con ferocidad —a pesar de los cinco mil años de domesticac­ión— y vuelven con animales muertos como ofrenda: pájaros, lagartijas, ranas, escorpione­s y hasta serpientes. De ahí la expresión de asombro, “miren que trajo el gato”.

Asumimos que esa podría ser la explicació­n de la inconcebib­le presencia de la serpiente muerta en el garaje, y confiamos en que la gata sienta que con eso ya nos ha pagado, para que no haya más sorpresas temibles: pero ese comportami­ento hace recordar aquella frase de la canción de Roberto Carlos, “yo quisiera ser civilizado como los animales” lo

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