¿Una extradición como reinicio?
Estas no son imágenes cotidianas. Un expresidente es trasladado en helicóptero a una base militar y entregado a funcionarios estadounidenses que lo sacan del país en una avioneta. A los pocos días ya está registrado como recluso en el sistema penitenciario estadounidense y tendrá que responder ante los tribunales. Esto parece surrealista en el contexto de que Juan Orlando Hernández, abogado de profesión, fue cortejado internacionalmente durante años, como es habitual para un presidente. Las fotos de Hernández frente a la Asamblea General de la ONU son diametralmente opuestas a las nuevas imágenes.
La extradición poco después del cambio de poder ha causado un eco mediático mundial, incluso en Europa. El evento es un punto de inflexión, simboliza claramente el final de un difícil período de gobierno de Hernández. Como era de esperarse, el nuevo gobierno de Xiomara Castro de Zelaya no ha puesto trabas a la extradición, al contrario. Los cargos contra Hernández en EE UU son graves, según afirmó el jefe fiscal del Distrito Sur de Nueva York, Damian Williams. Hernández tiene la responsabilidad “por años de corrupción, años de violencia y años de narcotráfico”.
En un artículo de opinión para Los Angeles Times, Gustavo Peña Flores describió la era de Hernández en palabras del monarca francés Luis XIV, quien gobernó absolutista según el lema “l'etat c'était moi” (“el Estado soy yo”). Esta descripción está en discrepancia con el sistema democrático. La democracia existe todavía en Honduras, como el país lo demostró de manera impresionante en las últimas elecciones. Antes de eso, sin embargo, hubo años de confusión y socavamiento de la separación del Legislativo, Ejecutivo y el Judicial.
Esta es una de las razones por las que la extradición a EE
UU tiene sentido, la solidez de las instituciones y su separación funcional son fundamentales para posibilitar una efectiva administración de justicia. La cuestión de la justicia no es fácil, siempre hay una diferencia entre justicia subjetiva e institucional. Sin embargo, depende de un Estado reducir esta brecha a través de la transparencia y responsabilidad y la minimización de la impunidad. Un veredicto justo para Hernández habría sido menos fácil en Honduras por una variedad de razones, pero incluso la decisión de un tribunal estadounidense no complacerá a todos.
La cuestión de la justicia no es fácil, siempre hay una diferencia entre justicia subjetiva e institucional”.
Habrá voces pidiendo un castigo más severo, o lo contrario. Algunas voces son maliciosas y se jactan, otras ignoran los hechos. Ambos están equivocados. A nivel individual, Hernández es un hombre que podría decirse que cometió errores graves y trascendentales y es posible que nunca vuelva caminar en el suelo de su tierra natal, pasando sus días solo en una celda pequeña. Muy duro para Hernández, el hombre. Aún así, para Hernández, el presunto delincuente presidencial, esa sería probablemente la consecuencia correcta.
Hay que tener en cuenta que descuidó su función como presidente, pues, como ejemplo, las instituciones hondureñas permanecieron por debajo de su potencial. Por supuesto, si en general se rumorea que un presidente está actuando de manera criminal, entonces esto envía una señal peligrosa a los políticos y funcionarios de todos los niveles. También hay que recordar que pudo actuar de esta manera en primer lugar porque las débiles instituciones se lo permitieron. Para la Honduras del futuro, esta debe ser la lección más importante de este punto de inflexión: se necesitan instituciones más fuertes y eficaces