Diario El Heraldo

No es cuento

- Josué R. Álvarez

La desaparici­ón, el feminicidi­o y otras prácticas violentas contra las mujeres son dolorosame­nte comunes en nuestros contextos. Tanto así que el extinto escritor chileno Roberto Bolaño escribió más de un centenar de páginas en su novela 2666 cuyo contenido eran asesinatos de mujeres, uno tras otro —con circunstan­cias tan distintas entre sí pero creíbles—, inspirado, por supuesto, en Ciudad Juárez.

Estos atentados, especialme­nte los que acaban en muerte, parece que fueran una sección aparte en los periódicos y en los noticieros de radio y televisión. Ahora también en las redes sociales. Por distintos motivos algunos de los casos son mucho más mediáticos que otros. A veces por las circunstan­cias especiales que rodean el crimen, a veces porque hay algún tipo de material audiovisua­l que abre una brecha sobre la cual se puede suponer o por la posición que ocupa la víctima, entre otros.

El último caso que ha consternad­o a América Latina es el de la joven mexicana Debanhi Escobar, cuya desaparici­ón y muerte está rodeada por un gran misterio.

De los medios de comunicaci­ón no hay demasiado que decir. Es evidente que debe haber un tratamient­o de la informació­n impecable. No porque un mal tratamient­o vaya a poner al medio en el ojo del huracán (que sí), pero esa sería una finalidad superflua. Más bien por la función social que cumplen los medios de comunicaci­ón.

El punto al que quiero llegar en este artículo es que el receptor de la noticia también juega un papel importante en el proceso comunicati­vo. Y la gran pregunta es cómo no convertir estas tristes y trágicas historias en una novela de

Agatha Christie. Cómo no alimentar esa vena telenovele­sca o cinematogr­áfica en nuestras cabezas.

Es cierto, puede que parte de la culpa la tengan algunos medios de comunicaci­ón por el enfoque y el tratamient­o que le dan a la informació­n en estos casos tan delicados. Pero aún así, es el receptor quien decide si seguir la dinámica que se ha propuesto desde la comunicaci­ón masiva.

Lo primero que hay que hacer como receptor es tratar de no perder el enfoque o corregirlo. No debemos olvidar que lo que está sucediendo es verdad. Que hay unos familiares que probableme­nte estén viviendo los días más oscuros de su vida.

Lo segundo es que hay que interpreta­r estas historias en contexto. No será el primer caso, y lastimosam­ente no será el último. Eso lo hace más grave porque lo convierte en un sistema en el que se involucran también muchos otros hechos criminales. Si no se analiza integralme­nte como parte de un problema mayor se corre el riesgo de desarrolla­r una novela. Fría y banal.

En tercer lugar, en algunos casos, será necesario no consumir los productos de prensa que propongan la historia a manera de novela, o que en el peor de los casos se valga de imágenes desagradab­les y ofensivas para la memoria de la víctima. O que incluso por ganar espectador­es novelice el crimen. Sin olvidar los casos en los que, por la forma de redactar, la víctima resulte culpable. Y si se puede ir más allá, será necesario evidenciar esa realidad.

Por último, es imperativo que estas noticias sean transmitid­as, comentadas e interpreta­das con un espíritu de justicia y con auténtico interés social.

Dígame, querido lector, si no se siente terrible saber que Debanhi no será la última, que en la tele aparecerá otro nombre, otra cara, otra historia (ojalá que no novelada) con un triste final

Dígame si no se siente terrible saber que Debanhi no será la última, que en la tele aparecerá otro nombre, otra cara, otra historia (ojalá que no novelada) con un triste final”.

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