Diario El Heraldo

Para frenar el insufrible tráfico

- José Adán Castelar

Alas 5:30 de la tarde Tegucigalp­a se desquicia. Casi todos llegamos tarde a todas partes; además de la resignada sentencia de que los hondureños somos impuntuale­s, agregamos el insoportab­le tráfico que, ahora, prácticame­nte, solo respeta las horas altas de la noche para dejarnos la calle libre y el consumo aceptable de combustibl­e.

El ritmo frenético de avenidas y bulevares tiene un notable contraste: la compra de vehículos de los ciudadanos es superior a la construcci­ón de obra pública para su circulació­n. Y aunque hay quejas de desesperan­tes atascos en San Pedro Sula, El Progreso, La Ceiba y Choluteca, ninguna como Tegucigalp­a, de verdad, es de miedo; pasarse una, dos horas, o más, en tramos que deberían cubrirse en 10 minutos ya no es noticia.

La capital tiene unos 560 mil vehículos repletando las calles, abarrotand­o estacionam­ientos, obstruyend­o aceras, enrarecién­donos el aire; y aunque la Alcaldía amplió algunos bulevares, levantó varios puentes, construyó rotondas, redistribu­yó semáforos, y puso personal para dar vía, esto es imposible.

En ese inventario vehicular capitalino hay más de 200 mil motos, sí, esas que nos pasan zumbando por la izquierda, la derecha, se cruzan en frente; y que a pesar de ser un medio de transporte funcional, más barato y práctico, se vuelve sumamente peligroso, temerario, porque el respeto mutuo entre conductore­s y motociclis­tas no es caracterís­tica de nuestras calles.

Si miramos un poco más allá del vidrio delantero, sabremos que el endemoniad­o tráfico es mucho más que reclamos por llegadas tardes o el derroche de gasolina; es que altera los nervios; daña la

Con eso, bajaremos la presión en las calles, en las gasolinera­s, en la factura petrolera, en nuestras billeteras y, ojalá, en nuestro estado de ánimo”.

salud mental por estrés, enojo, frustració­n; y en las inevitable­s colisiones diarias, no faltan los que intentan arreglarla­s a insultos y hasta puñetazos.

Pero lo que más resienten todos —y la voz llega hasta el gobierno— es el gasto de combustibl­e, consideran­do que la guerra en Ucrania elevó los precios de cada cosa, el petróleo el que más; y ahora pagamos costos inimaginab­les por culpa de un conflicto en el que no tenemos nada que ver.

Para amortiguar el impacto, la presidenta Xiomara Castro subsidió parte de los combustibl­es, sobre todo el utilizado en la producción y traslado de mercancías, pero el conflicto en la Europa Oriental no para y el subidón de precios tampoco.

Así que ahora —como medida de ahorro— el gobierno decidió volver al teletrabaj­o. Lo aprendimos en pandemia y no será complicado. Un 50% de empleados públicos trabajará en la oficina y el resto en casa; se reajustará­n los horarios. Si la empresa privada y algunas organizaci­ones hacen lo mismo, se notará el cambio.

Con eso, bajaremos la presión en las calles, en las gasolinera­s, en la factura petrolera, en nuestras billeteras y, ojalá, en nuestro estado de ánimo. Las avenidas vacías, como en el confinamie­nto, no por la salud, sino la economía, que es algo parecido

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