Para frenar el insufrible tráfico
Alas 5:30 de la tarde Tegucigalpa se desquicia. Casi todos llegamos tarde a todas partes; además de la resignada sentencia de que los hondureños somos impuntuales, agregamos el insoportable tráfico que, ahora, prácticamente, solo respeta las horas altas de la noche para dejarnos la calle libre y el consumo aceptable de combustible.
El ritmo frenético de avenidas y bulevares tiene un notable contraste: la compra de vehículos de los ciudadanos es superior a la construcción de obra pública para su circulación. Y aunque hay quejas de desesperantes atascos en San Pedro Sula, El Progreso, La Ceiba y Choluteca, ninguna como Tegucigalpa, de verdad, es de miedo; pasarse una, dos horas, o más, en tramos que deberían cubrirse en 10 minutos ya no es noticia.
La capital tiene unos 560 mil vehículos repletando las calles, abarrotando estacionamientos, obstruyendo aceras, enrareciéndonos el aire; y aunque la Alcaldía amplió algunos bulevares, levantó varios puentes, construyó rotondas, redistribuyó semáforos, y puso personal para dar vía, esto es imposible.
En ese inventario vehicular capitalino hay más de 200 mil motos, sí, esas que nos pasan zumbando por la izquierda, la derecha, se cruzan en frente; y que a pesar de ser un medio de transporte funcional, más barato y práctico, se vuelve sumamente peligroso, temerario, porque el respeto mutuo entre conductores y motociclistas no es característica de nuestras calles.
Si miramos un poco más allá del vidrio delantero, sabremos que el endemoniado tráfico es mucho más que reclamos por llegadas tardes o el derroche de gasolina; es que altera los nervios; daña la
Con eso, bajaremos la presión en las calles, en las gasolineras, en la factura petrolera, en nuestras billeteras y, ojalá, en nuestro estado de ánimo”.
salud mental por estrés, enojo, frustración; y en las inevitables colisiones diarias, no faltan los que intentan arreglarlas a insultos y hasta puñetazos.
Pero lo que más resienten todos —y la voz llega hasta el gobierno— es el gasto de combustible, considerando que la guerra en Ucrania elevó los precios de cada cosa, el petróleo el que más; y ahora pagamos costos inimaginables por culpa de un conflicto en el que no tenemos nada que ver.
Para amortiguar el impacto, la presidenta Xiomara Castro subsidió parte de los combustibles, sobre todo el utilizado en la producción y traslado de mercancías, pero el conflicto en la Europa Oriental no para y el subidón de precios tampoco.
Así que ahora —como medida de ahorro— el gobierno decidió volver al teletrabajo. Lo aprendimos en pandemia y no será complicado. Un 50% de empleados públicos trabajará en la oficina y el resto en casa; se reajustarán los horarios. Si la empresa privada y algunas organizaciones hacen lo mismo, se notará el cambio.
Con eso, bajaremos la presión en las calles, en las gasolineras, en la factura petrolera, en nuestras billeteras y, ojalá, en nuestro estado de ánimo. Las avenidas vacías, como en el confinamiento, no por la salud, sino la economía, que es algo parecido