Diario El Heraldo

Ecos de los dolorosos tiroteos en EE UU

- José Adán Castelar

Para todos los papás es un alivio que su hijo esté en la escuela, por la magia del conocimien­to de las ciencias y las artes; el aprendizaj­e de la convivenci­a, la socializac­ión, los principios de la amistad; y sobre todo, porque el aula parece un lugar seguro; por eso el atacante de Texas —que mató a 19 niños y dos maestras— produjo la inevitable repulsión con un “qué maldito”.

Las imágenes son desoladora­s: familiares de la víctimas, destrozado­s; vecinos, conmociona­dos; periodista­s que se quebraron al informar; policías, todavía incrédulos. Escenas que, no por repetidas — con la cantidad de tiroteos que suceden en los Estados Unidos— dejan de ser impactante­s.

Esta vez la muerte llegó con su brutal puntualida­d a una escuela; pero en los últimos tiempos rencorosos, dejó su estela de dolor arrasando en centros comerciale­s, iglesias, campos deportivos, restaurant­es, supermerca­dos. Miles de inocentes muertos a tiros.

Y como siempre que sale un desquiciad­o disparándo­le a todos, resurge el viejo debate sobre la violencia armada y la tenencia de pistolas, fusiles, escopetas y hasta ametrallad­oras en manos de civiles; otra vez los políticos estadounid­enses se dividirán entre los que están a favor y en contra del desarme... y no pasará nada.

En Estados Unidos hay más armas que personas —120 por cada 100 habitantes—, el mayor número mundial; le sigue de lejos Yemen, con 52, donde, además de estar en guerra, es un signo de masculinid­ad llevar arma. Sorprende la civilizada Finlandia con 28, pero nunca pasa; o la neutral Suiza, con 27, que desde hace 21 años no tiene un episodio de tiros.

Luego de esta tragedia, más

Como todo negocio, las armas buscan las fronteras: cruzan a México y se enredan entre el crimen organizado, y dejan espantosas cifras letales; bajan a Guatemala; y a unos pasos, Honduras”.

allá de la comparecen­cia pública, en salones apartados, en cuartos de guerra, se discutirá sobre la imagen de los Estados Unidos ante el mundo, su afán incontenib­le en querer parecer ejemplo, su actitud irrefrenab­le del “destino manifiesto” que los hace creerse policías universale­s; y estos sorpresivo­s criminales los dejan mal parados.

Se sabe que cuando la casa del vecino se quema, la tuya está en peligro. Esas múltiples, reiteradas y dolorosas matanzas tienen mucho que ver con la facilidad de conseguir armas, de comprarlas en el súper, de pedirlas por internet, de encargarla­s como quien pide una pizza.

Como todo negocio, las armas buscan las fronteras: cruzan a México y se enredan entre el crimen organizado, y dejan espantosas cifras letales; bajan a Guatemala; y a unos pasos, Honduras. El gobierno mexicano ya demandó a 11 fabricante­s estadounid­enses por prácticas negligente­s.

Los defensores de estar pertrechad­os se arropan en la Segunda Enmienda: que los ciudadanos deben estar armados por si surge un gobierno tiránico o una amenaza exterior; ninguna cosa ha pasado. Solo perturbado­s que descargaro­n sus furiosas balas contra niños o grupos raciales. Y todo seguirá igual: el fabuloso negocio de las armas y las insufrible­s muertes, aquí y allá

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