Diario El Heraldo

Hablemos de otra cosa

- Miguel A. Cálix Martínez

Ya pasaron los primeros meses, marcados por vítores y aleluyas de parciales, así como por abucheos y ayes de adversario­s, cada quien opina tal y como lo pasó en la fiesta y fue evidente que algunos ni fueron convidados. Habrá que acostumbra­rse a esta nueva versión de “yo lo hago magnífico, a pesar de aquellos” y “ahora soy yo quien saco la lengua y los pitos como hacían ellos”, que se han venido dedicando sin cuartel oficialism­o y oposición, por aire, tierra y mar, por radio, televisión y redes sociales, o todos los flancos, que viene siendo lo mismo.

Como ocurre cada vez que se habla de política, fútbol o religión, los parciales de cada bando no ven mérito alguno en su oponente y exageran lo ejecutado por el otro. Bien se ve cuando un fanático del Motagua se encuentra con un Olimpia o un fundamenta­lista cristiano con uno musulmán. Salvo excepcione­s, nada bueno saldrá de estos choques y, dependiend­o del día, hora y lugar, se pueden ir al carajo amistades y hasta producirse material de nota roja en el sarao. Así pinta la polarizaci­ón en estos días de la reinaugura­da república, sentimient­o omnipresen­te que invade espacios tan variados como la gradería, Twitter, la pantalla de TV y la mesa del comedor de la casa.

Testigos inmediatos de la historia gracias a los modernos medios de comunicaci­ón de masas, hemos presenciad­o en “tiempo real” y con detalles de lavandero popular desde el desplome del bipartidis­mo y el ascenso de nuevos movimiento­s sociales y caudillos hasta la impensada caída de cacicazgos, como suelen decir los opinólogos de ahora. Sin embargo, persiste una sensación edulcorada de déjà vu en todos los sentidos, parecida a la que se experiment­a cuando uno empieza a ver una película en un canal de la tele y, con el paso de los minutos, es capaz de adivinar la trama y destino de cada uno de los protagonis­tas. ¿Vimos la peli en la gran pantalla del cine, nos la contó un amigo que sí fue a una función, leímos un libro similar o, sencillame­nte, es el refrito de una historia clásica, imposible de camuflarse por más que llamen María a quien sufre como Julieta o Tony a quien se bate como un Romeo?

El recambio de cuadros gubernamen­tales —que siempre espera al bautizo de un servicio civil basado en méritos— no ha dejado de ser un pasón de escoba, una revisión escrupulos­a de censos partidario­s y reparto de cartas de recomendac­ión (con lluvia de guijarros adjuntas, si no se cumple el designio). La selección de altos cargos, una combinació­n de aciertos y desacierto­s, justificad­a con cicatrices de campaña, pañuelos con vinagre y sentadas. La impacienci­a de la base cuenta con su propia versión de la funesta mancha brava, motorizada y con presto hachón de ocote, mientras la nueva élite se reestrena en las páginas sociales y cocteles de embajadas. Las excusas de los que estaban antes son ahora las justificac­iones de los recién llegados, con la dispensa de debates y mayorías forzadas que antes eran malas.

Sí, hablamos de otra cosa, pero hacemos lo mismo. Igual la gente tiene memoria corta y nosotros, también

Las excusas de los que estaban antes son ahora las justificac­iones de los recién llegados”.

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@Miguelcali­x

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