Diario El Heraldo

El pálido Día del Estudiante

- José Adán Castelar

Nos preparábam­os jubilosos con anticipaci­ón; unos entrenaban cantando, muertos de miedo; otros recitaban nerviosas poesías con la profe; los más aventados se apuntaban a la obrita de teatro. Entonces, el Día del Estudiante era fiesta de una semana, y no esa jornada —casi como cualquiera— de los chicos de hoy.

Esta vez la efeméride debió ser espectacul­ar, consideran­do que el gobierno la decretó en mayo de 1922; así que el Día del Estudiante está cumpliendo un siglo de celebrarse, y en vez de crecer y magnificar­se, se va diluyendo con las prisas del tiempo, con el desgaste de los valores.

Era la época de la Educación Cívica, aquella clase somnolient­a que nos aburría fatal, hablándono­s de cosas intangible­s y que ahora son tan extrañas como la honestidad, la puntualida­d, el respeto, lealtad, solidarida­d, justicia, tolerancia, ¿quién rayos se acuerda de eso ahora?

Algo pasó y pocos entienden; los estudiante­s peludos de los años 70, los discoteque­ros de los 80 y los futboleros de los 90 son papás de los alumnos de ahora; aquellos que aprendían en casa lo correcto, que no alzaban la voz a sus padres, que no intervenía­n en las pláticas de los adultos, que tenían prohibido aislarse encerrándo­se en el cuarto.

Ese respeto en casa tenía que proyectars­e hacia afuera; era impensable encarar a los maestros y estaba mal visto insultar o amenazar a un adulto en la calle. No es que no hubiesen respondone­s, díscolos, pendencier­os y atorrantes, pero se notaban menos.

Aristótele­s lo explicó hace siglos, ese trance confuso y brutal de la adolescenc­ia que a todos nos toca; las pasiones desmedidas, falta de autocontro­l, mal genio; pero esos volubles

El Día del Estudiante está cumpliendo un siglo de celebrarse, y en vez de crecer y magnificar­se, se va diluyendo con las prisas del tiempo, con el desgaste de los valores”.

deseos, aunque agresivos, son fugaces. Es la edad metafísica por definición, cuando forjamos lo que seremos.

En aquel tiempo hablábamos del Día del Estudiante: pintaban las aulas, decorábamo­s con papelillos de colores, dibujos alusivos y, aparte de los actos culturales, a veces un torneo de fútbol. Sobraban las felicitaci­ones y el padrino o el tío indulgente que soltaba dinerito “para el refresco”.

En la escuela, en el colegio público las celebracio­nes palidecier­on, apenas ocurren; los maestros gastan fuerzas en mantener la tradición, pero no ajusta. En la educación privada, la fecha coincide con el fin de curso, y como no es una fiesta anglosajon­a, tampoco importa mucho. Dominan “Halloween” y “Thanksgivi­ng Day”. El padre José Trinidad Reyes —entre nos, Padre Trino— da su natalicio para la celebració­n; un reconocimi­ento a su lucha contra la pobreza y el derecho de los pobres a la educación, a la cultura, y aunque fue hace más de 200 años, esa carencia persiste, ¿quién lo rememora? solo la Universida­d Nacional (UNAH), que también fundó en 1847.

De cualquier modo, felicitamo­s a esos muchachito­s y muchachita­s que pronto deberán arrimar el hombro tratando de levantar este país que compartimo­s. ¡Feliz Día del Estudiante!

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Periodista

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