La lluvia entre la desidia
Que no teníamos agua y ahora es que mucha; la historia de nuestra patria, que nunca ha encontrado el equilibrio entre poco y demasiado; una cuestión de medida, a unos les falta y a otros les sobra: dinero, oportunidades, paz, comida, poder, justicia o inteligencia, y con el mismo impetuoso contraste pasamos de la sequía a la inundación.
Y no es que desatentos dioses dieron la espalda a nuestro país o que la mala suerte se ensañe contra nosotros, para que, cuando falta o sobra agua, sea una catástrofe; la explicación la conoce todo mundo: improvisación, desidia, torpeza, arrogancia y la omnipresente corrupción de gobiernos pasados.
En la escuela primaria nos enseñan que nuestro país está en la zona tropical, donde convergen fenómenos meteorológicos del sur y norte de América, que nos traen desastrosas tormentas y agobiantes sequías, que serían menos graves si tuviéramos la infraestructura, tecnología y fortaleza para soportarlas.
Desde hace tres décadas, diferentes autoridades buscaron en las cercanías de Tegucigalpa un lugar para el aeropuerto, que —como sabemos— terminó en Comayagua. También exploraron localizando agua para una represa, y nada; la población se multiplicó por tres y los embalses son los mismos.
Además, estudios sobre Tegucigalpa, pagados por la cooperación internacional, definían las zonas de riesgo, donde no se podría habitar sin peligro de derrumbe, deslizamiento o aplastamiento; tampoco se hizo nada, y ahora solo lamentamos las tragedias repetidas que ocurren a los mismos de siempre, los más pobres.
En el valle de Sula los pobladores cruzan los dedos
La explicación la conoce todo mundo: improvisación, desidia, torpeza, arrogancia y la omnipresente corrupción de gobiernos pasados”.
cuando el cielo se pone atormentado, y recuerdan que el río Chamelecón y el Ulúa se trastornan con los aguaceros incesantes, y no respetan bordos ni canales de alivio.
Hace más de 30 años los habitantes de esta zona esperan dos represas que retendrán la impresionante cantidad de agua que les llueve, y que, lejos de llevarles miedo y tragedia, les riegue los cultivos y permita que los grifos de las casas sirvan para algo.
Es paradójico que La Ceiba, cruzada por tres ríos —ocasionalmente turbulentos—, quebradas, riachuelos, y flanqueada por el inmenso mar y una inexpugnable montaña de bosque lluvioso, tenga carencia de agua potable; es posible señalar directamente con el dedo a los culpables.
Más de una vez en La Mosquitia nos cayó una de esas mitológicas tormentas, a unos metros el paisaje se pierde por la continuidad de la lluvia; sabiéndolo, los misquitos construyen sus casas sobre pilares, pero la pobreza puede más, y cuando se inunda hay muchos damnificados.
Son solo ejemplos de lo que pasa en el país; igual que los bulevares de Tegucigalpa desenmascaran la situación: carísimas obras y de mala calidad de gobiernos recientes; en dos meses se destruyó todo, y los conductores maldicen cada bache, los atascos y la maldita corrupción