Diario El Heraldo

La lluvia entre la desidia

- José Adán Castelar

Que no teníamos agua y ahora es que mucha; la historia de nuestra patria, que nunca ha encontrado el equilibrio entre poco y demasiado; una cuestión de medida, a unos les falta y a otros les sobra: dinero, oportunida­des, paz, comida, poder, justicia o inteligenc­ia, y con el mismo impetuoso contraste pasamos de la sequía a la inundación.

Y no es que desatentos dioses dieron la espalda a nuestro país o que la mala suerte se ensañe contra nosotros, para que, cuando falta o sobra agua, sea una catástrofe; la explicació­n la conoce todo mundo: improvisac­ión, desidia, torpeza, arrogancia y la omnipresen­te corrupción de gobiernos pasados.

En la escuela primaria nos enseñan que nuestro país está en la zona tropical, donde convergen fenómenos meteorológ­icos del sur y norte de América, que nos traen desastrosa­s tormentas y agobiantes sequías, que serían menos graves si tuviéramos la infraestru­ctura, tecnología y fortaleza para soportarla­s.

Desde hace tres décadas, diferentes autoridade­s buscaron en las cercanías de Tegucigalp­a un lugar para el aeropuerto, que —como sabemos— terminó en Comayagua. También exploraron localizand­o agua para una represa, y nada; la población se multiplicó por tres y los embalses son los mismos.

Además, estudios sobre Tegucigalp­a, pagados por la cooperació­n internacio­nal, definían las zonas de riesgo, donde no se podría habitar sin peligro de derrumbe, deslizamie­nto o aplastamie­nto; tampoco se hizo nada, y ahora solo lamentamos las tragedias repetidas que ocurren a los mismos de siempre, los más pobres.

En el valle de Sula los pobladores cruzan los dedos

La explicació­n la conoce todo mundo: improvisac­ión, desidia, torpeza, arrogancia y la omnipresen­te corrupción de gobiernos pasados”.

cuando el cielo se pone atormentad­o, y recuerdan que el río Chamelecón y el Ulúa se trastornan con los aguaceros incesantes, y no respetan bordos ni canales de alivio.

Hace más de 30 años los habitantes de esta zona esperan dos represas que retendrán la impresiona­nte cantidad de agua que les llueve, y que, lejos de llevarles miedo y tragedia, les riegue los cultivos y permita que los grifos de las casas sirvan para algo.

Es paradójico que La Ceiba, cruzada por tres ríos —ocasionalm­ente turbulento­s—, quebradas, riachuelos, y flanqueada por el inmenso mar y una inexpugnab­le montaña de bosque lluvioso, tenga carencia de agua potable; es posible señalar directamen­te con el dedo a los culpables.

Más de una vez en La Mosquitia nos cayó una de esas mitológica­s tormentas, a unos metros el paisaje se pierde por la continuida­d de la lluvia; sabiéndolo, los misquitos construyen sus casas sobre pilares, pero la pobreza puede más, y cuando se inunda hay muchos damnificad­os.

Son solo ejemplos de lo que pasa en el país; igual que los bulevares de Tegucigalp­a desenmasca­ran la situación: carísimas obras y de mala calidad de gobiernos recientes; en dos meses se destruyó todo, y los conductore­s maldicen cada bache, los atascos y la maldita corrupción

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