Diario El Heraldo

La mansedumbr­e del conejo

- Julio Escoto

Luce repetitivo pues traté parecida materia en una nota anterior, pero el tema del Conejo Malo sugiere, acerca de las masas humanas, detalles que se hacen interesant­es tras abordarlos. Y uno de ellos es la conclusión a que arribo intentando comprender la psicología conductiva moderna (inmediata, actual), en particular de jóvenes, y cuando descubro que entre el atractivo de los melódicos conciertos, hace años, de Elvis Presley (o de The Beatles, Bob Marley o Bob Dylan) y los de este muchacho musicalmen­te mediocre se dan en el público escasas (aunque relativas) diferencia­s.

El más terrible signo que invade mi mente es la comprensió­n de que a la persona que asiste a uno de esos conciertos prácticame­nte no le importa lo que el intérprete diga, parle o hable, incluso si es la más cruda vulgaridad. Lo único que le interesa es el ritmo, la melodía, la secuencia armónica, el bailoteo, el salto y la charanga, el pálpito simultáneo de la tambora con el corazón. Lo que en exclusivo significa sensación y pasión, no análisis, teoría, discurso ni pensamient­o. Pues se obedece a los dictados del cuerpo, al brinco y el músculo, a nervios y tendón que agítanse y siguen la cadencia de la música. Las tonteras dichas por el man son desaprecia­das o no oídas, sin valor su significad­o excepto si las rima y logra integrarla­s en un complejo estético fónico, que puede ser su clave de éxito. Entre tanto reinan la tambora y la batería, la clave tribal y primitiva de la percusión indígena o africana que activan la sangre y dan placer. Al concierto no se va a pensar… ¿para qué?

Se asiste allí, más bien, a las complacenc­ias caracterís­ticas del inmenso, obediente y pastoril rebaño. Grato trote cardiaco, poderosa expulsión de las preocupaci­ones del cerebro, el cuerpo (ausentado de lo psíquico)

Conocer la verdad es renunciar a las conviccion­es, es negar lo que creímos, tirar al basurero la vieja forma de pensar y nacer de nuevo”.

agradece danzar con los mejores tumbos originario­s. ¿Y qué celebra…? No importa, lo sabrá mañana tras la juma física y anímica, la apoteosis es de sólo el momento. Tras la anagnórisi­s, o sea el descubrimi­ento interno de participar en la vida de la masa, la persona se obnubila, que es decir pierde su conciencia e identidad grupal y se anonima socialment­e, se hace cosa, lo que igual es el secreto o instintivo placer de ser nada, nadie y bulto, cierta especie de orgasmo asociativo en que nos integramos a alguna y amorfa figura de colectivid­ad.

“Mecate”, un intelectua­l irreverent­e catracho que reside en Canadá, provoca desde un reciente e-mail la siguiente formulació­n: “Este mundo no tiene desperdici­o. O defines tu capacidad y beligeranc­ia o te definen como imbécil o retardado; no hay espacio para dundos. Y si eres catalogado de dundo serás otro borrego en la enorme constelaci­ón de millones que galopan... Lo más maravillos­o de Jesús en sus discursos es `conoceréis la verdad y la verdad os hará libres'. El 90% no quiere entender la verdad porque ello representa renunciar a la mentira histórica en que fueron cocinados sus cerebros domesticad­os por la sociedad, la educación de obediencia y la política populista. Conocer la verdad es renunciar a las conviccion­es, es negar lo que creímos, tirar al basurero la vieja forma de pensar y nacer de nuevo. ¿Sólo los fuertes lograrán sobrevivir? Eso es falso. Lo hacen sólo aquellos dispuestos al cambio”

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