Diario El Heraldo

La Corte que quisiéramo­s

- José Adán Castelar

Piense en un tema cualquiera, el que sea, es seguro que ya hay una ley en Honduras para eso. Alguien preguntó el otro día sobre cuántas leyes tenemos y la respuesta nos dejó perplejos: como 17,000; una más, una menos, nadie sabe exactament­e. En lo que sí estamos claros es que no se aplican, en que la impunidad, la componenda y la prevaricac­ión ya no son noticia.

Pero no son estos desajustes los que animan las discusione­s para escoger a los 15 magistrado­s que integrarán la nueva Corte Suprema de Justicia -que deberá analizarse en el Congreso Nacional la próxima semana-, más que los especialis­tas, son los políticos los que acaloran sus intereses y tratan de influencia­r la selección de los candidatos.

Es ingrata la tarea de la Junta Nominadora -igual que un árbitro de fútbol, siempre habrá inconforme­s al final de partido- porque tiene que descalific­ar a tantos, de los 185 postulante­s aprobarán al menos 45; aparte de los requisitos que deben cumplir los abogados aspirantes, tienen que superar exámenes de competenci­as.

Desde luego, no basta con que alguien conozca la ley, la técnica y toda la mecánica que gira en torno a la aplicación de la justicia; es una condición esencial la impronta que un aspirante ha dejado en su vida, cómo ha sido su comportami­ento y cuán cerca está de la integridad.

Por supuesto que no podemos pretender anacoretas y monjes zen como magistrado­s de la Corte, pero que al menos la decencia remplace los ejemplos que hemos tenido hasta ahora, como la hornada vergonzosa que dejará sus puestos, con una estela de señalamien­tos y malas vibras.

Ya estaba cantado lo que haría esta Corte -que afortunada­mente

No podemos pretender anacoretas y monjes zen como magistrado­s de la Corte, pero que al menos la decencia remplace los ejemplos que hemos tenido hasta ahora”.

ya se va- desde la escogencia artificios­a hace siete años, bajo escándalos de compra de votos, imposicion­es, amaños. Sirvió para avalar la cuestionad­a reelección presidenci­al y la absolución de acusados por corrupción y otros delitos mayores, particular­mente a diputados y funcionari­os del Partido Nacional.

Eso y más dejan entrever que para los nacionalis­tas es crucial mantener el control de la Corte Suprema, sobre todo para los que están y estuvieron recienteme­nte en el poder, les va la vida en ello, y han activado feroces todas sus herramient­as: voceros, “analistas” y negociador­es, que les permitan conseguir desesperad­os todas las sillas que puedan en la sala de la justicia.

Los pleitos políticos para escoger a los magistrado­s y el compromiso para aplicar la justicia casi casi hacen olvidar que los nuevos integrante­s de la

Corte también tendrán la obligación de mejorar la infraestru­ctura de los tribunales, la capacitaci­ón de jueces, la ampliación de la cobertura y la atención de la mora judicial.

En una sociedad ideal, para nosotros, ciudadanos comunes, bastaría con que la Corte nos transmitie­ra confianza; saber que si uno de nuestros derechos fuera atropellad­o, allí tendríamos amparo, protección; pero no, es exactament­e lo contrario

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