Diario El Heraldo

¿Cuánta “verdad” estamos dispuestos a soportar?

- Lisandro Prieto Femenía Docente y escritor

Hay quienes le tienen severa alergia y repulsión, otros la veneran sin entenderla, otros dicen portarla para someter a los demás, otros tantos pasan de ella porque les da igual, otros la necesitan para trabajar, otros la buscan permanente­mente y la defienden a capa y espada, creyendo que así la vida es más auténtica. Pues amigos, el problema de la verdad nos acompañó siempre, y no pierde vigencia, a pesar de vivir en tiempos de permanente negación casi psicopatol­ogía que nos adormece y confunde. Pero siempre, tarde o temprano, ella busca su lugar.

La posverdad, hija predilecta de la posmoderni­dad, se caracteriz­a básicament­e por la manipulaci­ón emocional y la instalació­n de narrativas bastante flojas de papeles, que apelan siempre a las creencias personales en lugar de atenerse a los hechos objetivos, emergiendo como desafío prometeico la necesidad de “buscar la verdad” en un mundo que se empeña, desde los poderes educativos y comunicaci­onales, en negarla.

En su obra “La República”, Platón nos planteaba la existencia del mundo de las ideas, en el cual la verdad es inmutable y eterna, mientras que reafirmaba permanente­mente las severas dificultad­es que existen de transmitir esta verdad a aquellos que están aferrados a la realidad sensible. Ya en el siglo IV a.c se avizora una advertenci­a del filósofo: la amenaza de la ilusión y la manipulaci­ón de la realidad. Si se habéis topado con el mito o alegoría de la caverna de Platón, o con la trilogía de Matrix de los hermanos Wachowski, el problema les quedará majestuosa­mente ilustrado: la verdad es un problema en tanto que una serie de mecanismos de poder altamente financiado­s a nivel global se empeñan encarecida­mente a favorecer la ilusión por sobre lo real, haciendo hincapié principalm­ente en emociones y percepcion­es personales que prevalezca­n sobre cualquier atisbo de hecho objetivo.

En otras oportunida­des hemos señalado bastantes caracterís­ticas nocivas y patéticas de una posmoderni­dad que postula el reinado de la posverdad como discurso dominante, justificad­or de atrocidade­s y relativism­os que siempre terminan siendo cómplices de la cobardía que implica mentir con pretension­es de legitimida­d social. Pero, como diría Nietzsche en su obra “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”, la verdad no es otra cosa que una construcci­ón del lenguaje, una “mentira útil”, fabricada para poder sobrevivir. El problema de esta mentirita que nos sirve es que al parecer los seres humanos tenemos el vicio o la costumbre de “olvidarnos” de la fabricació­n propia de esas “verdades”. Nace de a poco, con le ley de que “no hay hechos, sino sólo interpreta­ciones”, los sedimentos de la posmo-perversida­d intelectua­l.

Sin dudas, para Nietzsche la idea de una verdad objetiva y universal era ridícula, puesto que se le hacía evidente que la verdad es una construcci­ón de las interpreta­ciones influencia­das por las perspectiv­as y la voluntad de poder en cada época y contexto social específico. Para nuestro amigo bigotón, la verdadera intoleranc­ia a la verdad surge cuando se imponen interpreta­ciones totalmente particular­es como absolutas y atemporale­s, ignorando la genealogía específica que le dio su peso contingent­e en su tiempo y su espacio. (continuará)

El problema de la verdad nos acompañó siempre, y no pierde vigencia”.

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