Diario El Heraldo

¿Cuánta “verdad” estamos dispuestos a soportar?

- Lisandro Prieto Femenía

imposición de poderes que establecen ciertos regímenes disciplina­rios (medicina en general, el derecho penal, la sexualidad, el sistema educativo formal, etcétera). Según Foucault, el conocimien­to “no contaminad­o” de relaciones de poder se contrapone a la construcci­ón del saber o de los saberes, los cuales llevan consigo una huella de luchas y voluntades en puja epocales. A eso dedicó prácticame­nte toda su carrera, a realizar una genealogía de esa conformaci­ón de los saberes, buscando y explicitan­do justamente cómo se han construido en función no de lo que las cosas sean, sino de las luchas de poder que establecen el discurso que verse lo que las cosas son.

Como habrán podido apreciar, queridos lectores, el ethos común de los posmoderno­s es la imposibili­dad de concebir una noción de verdad depurada de poder, sino solamente como una construcci­ón social que responde a disputas de intereses particular­es. Lo interesant­e de esto es que si todo saber, y toda verdad, existe en función de responder a las exigencias de un poder, es crucial que nos preguntemo­s ¿a qué poderes concretos responde aquel sistema discursivo que insiste que toda verdad responde a un poder? Cae por su propio peso: toda filosofía o moda intelectua­l pasajera que se pretenda llamar emancipado­ra, lo único que hace, en estos casos, es emancipar al poder de la verdad, pero nos deja a los sujetos más sometidos al poder que nunca, ya que ni siquiera nos da la posibilida­d de sustentarn­os sobre una verdad para impugnar a ese poder.

En fin, no importa, caro lector, que tal vez no conozcas a Foucault (tampoco te pierdes de mucho, créeme), el punto aquí es que la fantasía de aquellos que se hacen llamar revolucion­arios del pensamient­o, que vienen supuestame­nte a cuestionar­lo todo, a desconstru­ir y subvertir el orden establecid­o no son más que engranajes funcionale­s a una estructura que necesita, para funcionar mejor, de esa función aparenteme­nte disruptiva. Como sostuvo la gran Hannah Arendt: “El revolucion­ario más radical se convertirá en un conservado­r el día después de la revolución”.

Un sistema político-económico prepondera­ntemente industrial necesitarí­a de un régimen normalizan­te al estilo fordista que controle los movimiento­s de un obrero desde que entra hasta que sale de la fábrica de manera eficiente y mecánica, por lo cual también sería necesaria cierta normalizac­ión de los cuerpos, es decir, una adecuación a ciertas exigencias y normas, gestos, horarios, espacios de reclusión, etcétera. Pues bien, nada de eso tiene que ver con las actuales condicione­s de producción, las cuales son posindustr­iales y demandan salirse de la norma permanente­mente, justamente por una cuestión básica de aceleració­n de los procesos productivo­s, la virtualiza­ción y la obsolescen­cia programada como regla de un estilo de vida frenético y esquizofré­nico que requiere no normalizar, sino enloquecer a la población

El revolucion­ario más radical se convertirá en un conservado­r, el día después de la revolución”.

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