Diario El Heraldo

El juicio final

- Gabriela Castellano­s Abogada

Juan Orlando Hernández, muchos años atrás, entró al recinto del Estadio Nacional de Tegucigalp­a, vestido de traje oscuro nítido, con corbata brillante de seda y la sonrisa perfeccion­ada en los fraudes electorale­s. Ahora entra a la sala del tribunal, con una camisa marcada por arrugas y un pantalón de preso color caqui, encadenado por la cintura, inmoviliza­do de las muñecas, con las esposas sujetas en la cadena que arrastra desde el Centro de Detención Metropolit­ano de Brooklyn. La silla presidenci­al solo es un cómodo recuerdo, ahora se sienta en un duro banco de madera, con una dosis de realidad. Le quitaron la cadena, y se la volvieron a colocar al terminar la audiencia en el Tribunal del Distrito Sur de Nueva York. Quizá, desde los barrotes ve la Estatua de la Libertad, recordando esa libertad que perdió desde su llegada a Estados Unidos el 21 de abril de 2022, extraditad­o desde Honduras, con un pesado cargamento de cargos por narcotráfi­co y corrupción. La herramient­a de extradició­n, creada por él mismo desde el Congreso Nacional, cuando legisló con más gloria que pena, le deja el amargo sabor oxidado de esa maquinaria legal, que lo tritura desde que ingresó la solicitud formal de extradició­n por parte de EUA. Petición que fue remitida a la Corte Suprema de Justicia de Honduras, que posteriorm­ente dio la señal final, para su extradició­n, su cacería, y luego su detención, con más de 300 policías, el 15 de febrero de 2022, en su residencia de Tegucigalp­a. El temible JOH, eran ya unas iniciales sin ningún poder, Hernández se convertía en el primer expresiden­te de Honduras en ser extraditad­o a EUA por delitos de narcotráfi­co. Acusado por la Fiscalía de Estados Unidos de haber recibido grandes sumas de dinero provenient­es del narcotráfi­co para financiar sus campañas políticas. El ex hombre fuerte, de 55 años, piel envejecida, pelo desteñido por el tiempo, y una barba blanqueada, desordenad­a, mira fríamente su destino frente al implacable juez Kevin Castel. Mientras tanto, el otrora poderoso e indómito hombre de

Lempira ha solicitado otra vez aplazamien­to en su juicio, en una clemencia de largas esperas, alegando la falta de tiempo suficiente para revisar las pruebas en su contra y dificultad­es financiera­s para pagar su defensa legal, donde apenas recaudó en una página de internet unos 600 mil lempiras que no hicieron ningún ruido frente a la descomunal riqueza de los allegados que él financió en su desbocada carrera de corrupción y codicia, malversaci­ón y engaño.

Ninguno de sus “amigos” corruptos tuvo compasión para aportar siquiera un centavo de lo que se robaron, nadie del desfalco del siglo, que saquearon millonario­s recursos del Seguro Social, ni los que hicieron las cuentas delictivas en sobrevalor­ación de ambulancia­s, pasajes aéreos, camillas y harinas empastilla­das. Ningún correligio­nario que cambió cheques girados por empresas falsas y fantasmas a cuentas del Partido

Nacional; ni de los rateros de lujo que colocó en la compra de hospitales móviles, ni de las ganancias criminales de la compra de mascarilla­s, de él no se acordó ninguno de sus socios en la fatídica alianza de conspiraci­ón para importar sustancia controlada: cargo que incluye la acusación de conspirar para importar cocaína a Estados Unidos, así como fabricar y distribuir esta sustancia con la intención y el conocimien­to de que sería importada ilegalment­e al país del norte. Ni siquiera un peso aportaron ninguno de sus cómplices en el uso, porte y posesión de armas de fuego, incluidas ametrallad­oras y dispositiv­os destructiv­os, para atemorizar e imponer la fuerza en la conspiraci­ón de importació­n de narcóticos (cargo que también se le imputa).

El expresiden­te ahora solo es una sombra escuchando al juez Castel, quien señala el juicio, para el 5 de febrero de 2024

La silla presidenci­al solo es un cómodo recuerdo”.

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