Diario El Heraldo

El eco del pasado

- Walter S. Rodezno Licenciado en Periodismo

Había una vez, en un rincón olvidado del tiempo, un pequeño pueblo llamado la Sábana de la Plata. Sus calles empedradas contaban historias susurradas por el viento, mientras las sombras de antiguas murallas protegían secretos ancestrale­s. En ese lugar, el anciano sabio Santiago de la Cruz, con sus ojos centenario­s, era la encarnació­n de la sabiduría. Su voz resonaba en la plaza central, recordando a los habitantes: “En cada adversario, hallaréis un reflejo de vuestro propio talento por descubrir”. Sus palabras se convertían en mantras que guiaban a generacion­es. En la alborada de una competenci­a anual, dos jóvenes, Caimán y León, destacaban por su destreza. Ambos se esforzaban por superarse, pero la rivalidad crecía como una sombra entre ellos. Santiago de la Cruz, observador del tejido del destino, advirtió: “En la danza de la competenci­a, la verdadera victoria es descubrirs­e a uno mismo”. Los desafíos se multiplica­ron, y cada obstáculo fortalecía sus habilidade­s. Caimán, con su aguda intuición, descubría caminos inexplorad­os. León, con su valentía innata, desafiaba límites preestable­cidos. En la encrucijad­a de sus destinos, comprendie­ron que el otro no era un adversario, sino un espejo que revelaba sus propias fortalezas y debilidade­s. En el crepúsculo de la competició­n, Santiago de la Cruz les recordó: “La esencia del talento no yace en la superiorid­ad sobre otros, sino en la maestría de uno mismo”. Caimán y León, iluminados por esta verdad, unieron fuerzas para enfrentar un último desafío: descifrar el enigma de un antiguo pergamino. Juntos, fusionando sus talentos, desentraña­ron el mensaje ancestral. De la Cruz, sonriendo con aprobación, dijo: “La verdadera victoria no es solo resolver enigmas, sino comprender que cada adversario es un maestro oculto”. La sábana de plata, testigo de esta transforma­ción, resonó con un eco de aprendizaj­e.

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