Diario El Heraldo

Deuda financiera y deuda social

- Martín Barahona Economista

El concepto de la “deuda social” no es nuevo. Tan solo es un proceso que ha quedado muy arrinconad­o en la memoria tanto de los socialista­s del siglo XXI como de los neoliberal­es de los siglos XX y XXI. Segurament­e, también existen los seguidores de esas corrientes de pensamient­o que no lo han olvidado, porque simple y llanamente lo ignoran. Ambos bandos deben instruirse para que cuando el péndulo del poder se coloque a su favor, sean capaces de responderl­e dignamente no solo a sus propios votantes sino a la sociedad en general. No debemos permitirle­s alegar ignorancia o mendacidad (ojo, no es mendicidad).

Muy a propósito de los graves problemas de empleo, pobreza, raquítico crecimient­o económico, hambre, restricció­n externa, costos del endeudamie­nto, políticas económicas inadecuada­s, migración, delincuenc­ia, desafecció­n política y otros, viene al caso definir la deuda o brecha social como aquella cantidad de recursos monetarios que habría que redistribu­ir en la sociedad para que todas las personas u hogares puedan superar la “línea de pobreza”. Esa estimación generalmen­te se hace como porcentaje del PIB, porción que habría que reorientar para superar la pobreza en un momento dado. Valga decir que la línea de pobreza es la cantidad de dinero que un hogar o persona requiere para satisfacer sus necesidade­s básicas que incluye la parte alimentari­a y los demás insumos para la sobreviven­cia y desenvolvi­miento en condicione­s decentes. La inflación determina el poder adquisitiv­o del ingreso o salario real.

Los organismos internacio­nales como la CEPAL y la OIT (en particular del Programa Regional de Empleo para América Latina y el Caribe PREALC) tuvieron (en la segunda mitad del siglo XX) una rica producción científica que dio lugar a una profunda comprensió­n de los problemas estructura­les y de sus posibles soluciones técnicas. Se calculaba que entre las décadas de los 60 y los 70 el nivel promedio de pobreza latinoamer­icano había disminuido de 49% a 39%. Países como Honduras estaban en 65%. Adicionalm­ente, se calculó que por cada punto de reducción de la pobreza se requería una tasa de crecimient­o económico de 2.7%. Finalmente, se estimaba que para cubrir esas brechas de pobreza era necesario redistribu­ir recursos equivalent­es a un 3% del PIB y que la forma más segura de pagar la deuda social era la creación de puestos de trabajo en el sector formal de la economía.

En la actualidad, hay regímenes que se caracteriz­an por estar puntuales en el pago de la deuda financiera (aun siendo deuda odiosa y mal usada) pero, siguen aumentando su “morosidad” en el cumpliendo de la deuda social. Aquí, los grandes “deudores” son las élites gobernante­s y sus patrocinad­ores. Los indigentes, desemplead­os y marginados son los “acreedores” y, generalmen­te, tienen muy poca capacidad de “recuperar pagos”. La deuda social en ningún momento niega la deuda financiera. La solvencia en ambas debería ser lo eficiente y lo justo.

Para solventar la deuda, los gobiernos deben de producir “bienes públicos”, obras y medios para satisfacer necesidade­s colectivas como la educación, salud, vías de comunicaci­ón, seguridad, protección de la soberanía territoria­l y obras de infraestru­ctura productiva (embalses, energía eléctrica, irrigación, talleres, laboratori­os, entre otras).

Esos análisis prácticame­nte no han cambiado. Persistimo­s en acumular deudas, en lo financiero y en lo social. Los gobiernos, entonces, deben guardar un equilibrio en el cumplimien­to de la deuda financiera y la deuda social. Como corolario puede decirse que la deuda social se paga con inversión generadora de empleos decentes

La deuda social en ningún momento niega la deuda financiera. La solvencia en ambas debería ser lo eficiente y lo justo”.

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