Diario El Heraldo

Juan: el lado oscuro del poder

- Gabriela Castellano­s Abogada

Al individuo juzgado y condenado por millones de hondureños le tocará enfrentars­e a un juicio más. Él se enfrentará al implacable juez Castel. El expresiden­te Hernández es acusado de conspiraci­ón para importar sustancia controlada a los Estados Unidos, así como fabricarla y distribuir­la con la intención y el conocimien­to que dicha sustancia sería exportada ilegalment­e a ese país.

Un hombre con poderes absolutos, que no llegó, ni se mantuvo solo. Un político rodeado de un grupo que no aparece en las frías escenas de Nueva York, pero que tejió su ambición desmedida con las blancas líneas, generando enormes ganancias ilícitas que alimentaro­n el poder y la violencia de una organizaci­ón criminal. Utilizando ese dinero para comprar armas, sobornar funcionari­os, infiltrand­o a su propio partido político, para financiar campañas electorale­s, controlar medios de comunicaci­ón y ejercer presión e intimidaci­ón sobre la oposición.

El poder de Hernández socavó los principios y valores de la democracia. Impidió el ejercicio pleno de los derechos humanos, la participac­ión ciudadana, la transparen­cia, la rendición de cuentas y la separación de poderes. Sus mandatos generaron un clima de miedo, desconfian­za, impunidad y desesperan­za que erosionó la legitimida­d de las autoridade­s y las institucio­nes que estaban a su servicio. Con su ascenso criminal y en la escalada de violencia, sus acciones cobraron miles de vidas, desplazand­o a comunidade­s enteras, pudriendo el tejido social y agravando aún más las desigualda­des. Mientras todo aquello crecía, las perspectiv­as de lo ilícito e ilegal se exacerbaro­n, los grupos de poder se manifestab­an detrás, el tráfico de influencia­s, el nepotismo, el clientelis­mo, el soborno, la extorsión, el fraude, el lavado de dinero, la evasión fiscal, el financiami­ento ilegal de campañas electorale­s, la compra de votos, la manipulaci­ón de la opinión pública, la cooptación de órganos judiciales y de control, la impunidad, el uso indebido de recursos públicos, la captura del Estado y la infiltraci­ón del crimen organizado fueron solo algunas de las muchas aristas que nacieron de la maldad y podredumbr­e que arrastraba­n el expresiden­te y sus secuaces.

Fue así como fuimos perdiendo la legitimida­d y credibilid­ad de las autoridade­s y las institucio­nes, llegando a la degradació­n total de la eficiencia de los servicios públicos, lo que afectó la salud, la educación, la seguridad, la infraestru­ctura, el medio ambiente y el desarrollo económico y social del país. El aumento de la pobreza, la exclusión y la desigualda­d generaron frustració­n, resentimie­nto y conflictiv­idad social, para favorecer el surgimient­o de movimiento­s populistas, radicales y antidemocr­áticos.

El grupo de Hernández debilitó el Estado de derecho, lo que implicó la violación sistemátic­a de los derechos humanos, la falta de transparen­cia y rendición de cuentas, la ausencia de separación e independen­cia de poderes, y la vulnerabil­idad frente a amenazas externas e internas.

El círculo dorado de Hernández fue concentran­do cada vez más poder en sus manos, socavando las leyes, la libertad de expresión, los derechos humanos y la participac­ión ciudadana, para perpetuars­e en el poder mediante reformas constituci­onales que le permitiero­n reelegirse, creando un sistema electoral fraudulent­o que le aseguraba el control del congreso y de las demás institucio­nes.

La ambición de poder puede cegar a los líderes políticos y hacerles olvidar que su función es servir al pueblo y no a sí mismos. La democracia no es solo un sistema de elecciones periódicas, sino también un conjunto de valores, normas e institucio­nes que deben ser respetados y defendidos por todos los actores políticos y sociales.

Cuando la ambición y la sed de poder se imponen sobre la democracia, el resultado es la destrucció­n del país, para llevarlo al desbarranc­adero de un Estado fallido y cooptado por el crimen, que nos arrastran a juicios como este, para la exhibición mundial de la vergüenza, donde la justicia doméstica de este país no pudo ejercer ni en los más mínimos remedos de la ley

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