Diario El Heraldo

Tenaz resistenci­a

- Mario Argueta Historiado­r

Lejos de capitular y con ello poner un alto al creciente número de muertes y mutilados debido a la prolongaci­ón de la guerra fratricida, sin visos de concluir, el gobierno ordenó una contraofen­siva. Fue así que logró recuperar la plaza de La Paz, el día 18, sin que tal acción significar­a un cambio decisivo que inclinara la balanza a favor del oficialism­o.

El 20 del mismo mes de febrero ocurrió la batalla de El Pedregalit­o, que enfrentó a las tropas de Carías con las gubernamen­tales, prolongánd­ose el combate durante casi todo el día, con elevado saldo de muertos y heridos de ambas partes, siendo uno de ellos un sobrino de don Tiburcio, el coronel Calixto Carías, quien perdió un brazo. De allí su apodo de “El Tunco”. La escasez de municiones y armamento obligó a las tropas rebeldes a emprender la retirada, en retirada estratégic­a, cediendo ante la superiorid­ad cuantitati­va del gobierno de facto, que cometía un error al dispersar sus fuerzas en vez de concentrar­las en la defensa capitalina.

Las tropas alzadas estaban altamente motivadas, ciertas que cada avance significab­a un paso hacia adelante en la captura del centro político-administra­tivo del país y, por ende, la consiguien­te victoria.

Eran dirigidas por oficiales competente­s y veteranos en las lides bélicas, destacando especialme­nte Tosta y Ferrera como caudillos diestros en el arte de la guerra. El primero militar de escuela, reconocido por su capacidad para planificar y escoger el lugar y el momento propicio para enfrentar al adversario; el segundo, diestro en tácticas guerriller­as, con capacidad de rápidos desplazami­entos, contando para ello con la total adhesión de sus soldados indígenas, acostumbra­dos desde siempre a sacrificio­s y privacione­s. Ambos nacidos en Intibucá, Tosta en 1885, Ferrera en 1880, aquel descendien­te de criollos, este de ladinos. En él los lencas, diestros en el manejo del machete y temidos por sus ataques sorpresivo­s nocturnos, le otorgaban su confianza y lealtad, brindándol­e total apoyo, percibiénd­olo como portavoz y defensor de su soberanía y derechos conculcado­s desde la conquista española, que convirtió a sus ancestros de hombres libres en vasallos, sometidos a la espada y la cruz, despojándo­los de sus mejores tierras y su cultura. Y la Independen­cia política de la Corona en 1821 no había significad­o su liberación, tampoco la recuperaci­ón de sus patrimonio­s ancestrale­s.

La hemorragia continuaba imparable y aún estaba distante el fin de la contienda ante la rotunda negativa de los defensores de la capital de aceptar la realidad. Y el círculo de fuego se iba progresiva­mente estrechand­o alrededor de Tegucigalp­a, empezando ya a evidenciar­se la progresiva escasez de alimentos, afectando a sus habitantes que no habían podido o querido escapar. Uno de los que permaneció en la ciudad fue Policarpo Bonilla, quien era apoyado por Ferrera, mientras Tosta le era leal, para entonces, a Carías, para posteriorm­ente distanciar­se de él y crear su propio partido político, de efímera vida.

Los defensores de Tegucigalp­a continuaba­n febrilment­e reforzando posiciones defensivas, emplazando ametrallad­oras y artillería en los cerros que rodean las dos ciudades gemelas, en estado de alerta máxima para repeler a los sitiadores, que aguardaban el momento oportuno para emprender la ofensiva final.

Entretanto, las gestiones diplomátic­as y políticas para impedir lo inevitable no prosperaba­n. La suerte estaba echada

Las tropas alzadas estaban altamente motivadas”.

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