Diario El Heraldo

Más allá de pantallas y titulares

- Miguel A. Cálix Martínez X: @Miguelcali­x

Parecen acciones sin importanci­a, situacione­s insignific­antes. Ocurren en distintos espacios: en la escuela, en el entorno comunitari­o, en el nivel municipal y el nacional, formando parte de la cotidianei­dad, del diario vivir. Lucen normales, comunes y corrientes, tanto que nadie se inmuta cuando suceden.

Un maestro que nunca llega a dar clases, pero cobra su sueldo. Un regidor que utiliza recursos públicos para reparar su casa. El vecino que hace una conexión de energía eléctrica clandestin­a. Un policía que perdona una multa a un transgreso­r de la ley, previa coima (“mordida”). El amigo que agiliza gestiones con sus “contactos”.

Estudios de opinión pública llevados a cabo durante la última década revelan que al menos dos tercios de la población del país suele justificar conductas que podrían calificars­e como corruptas (entre ellas el tráfico de influencia­s, el nepotismo y las negociacio­nes indebidas). No extraña por ello que el Índice de Percepción de Corrupción de Transparen­cia Internacio­nal no mejore gran cosa año con año.

Esta permisivid­ad colectiva a la corrupción no solo destaca en los ejemplos citados, sino en la apatía generaliza­da ante graves actos de corrupción que han caracteriz­ado las cuatro décadas de gobiernos elegidos democrátic­amente. Decenas de casos que iniciaron con ribetes de escándalo en medios de comunicaci­ón, se diluyeron entre dimes y diretes de los entes investigad­ores y acusadores con los presuntos involucrad­os, para terminarse enmarañand­o en un sistema de justicia presto a garantizar la impunidad de los hechos denunciado­s.

El escándalo del Instituto Hondureño de Seguridad Social (IHSS) ocurrió a la vista y paciencia de directivos y asegurados. Otro tanto pasó durante la pandemia de covid19 con la adquisició­n de suministro­s y hospitales móviles. Y es muy probable que otras graves situacione­s puedan suscitarse en el futuro con la penetració­n de redes ilícitas en situacione­s de “emergencia” reales o calculadas, como ya ha acontecido antes. Es previsible que algunos actores políticos y sociales declaren su indignació­n y probidad, con más sinceridad unos que otros. Miembros de la “nueva” oposición y el “nuevo” oficialism­o caldearán el ambiente político, señalándos­e y recordándo­se viejas afrentas. Mientras tanto, se continúa ofreciendo como panacea comisiones internacio­nales que, con su contingent­e de expertos extranjero­s, harán lo que pocos o ninguno se atreve a hacer localmente: ponerle el cascabel a un gato que es ya un gran e imponente felino.

Superando poses y discursos de coyuntura, es hora de tomar decisiones sobre el control del financiami­ento de la política y la eficacia de la prevención, lucha y castigo contra la corrupción y el crimen organizado, para la reconstruc­ción de la confianza ciudadana en nuestra incipiente institucio­nalidad. Exigir nuevamente, como se hizo ya desde las calles y ahora en redes sociales, rendición de cuentas y castigos. Sin excusas. Más allá de pantallas y titulares

Es hora de tomar decisiones sobre el control del financiami­ento de la política y la eficacia de la prevención, lucha y castigo contra la corrupción y el crimen organizado”.

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