Diario El Heraldo

Imágenes curiosísim­as

- Josué R. Álvarez Lingüista

Por las calles de Tegucigalp­a se ven imágenes tan curiosas que son ciertament­e difíciles de olvidar y también difíciles de no contar, aunque más de alguna linde con lo inverosími­l.

¿Ha visto usted alguna vez, amable lector y lectora, a un hombre en moto? Todos y todas dirán que sí, extraño sería no haber visto uno. Y no es extraño que en la parte trasera de la moto vaya una mujer. Ahora bien, imagínese que delante del conductor va un perro, y que la mujer va cargando a un niño que no supera los cinco años. Además, la mujer carga también un cartón de huevos y otras bolsas que seguro son compras pesadas. Y para rematar solo el hombre lleva el casco puesto, porque la mujer lo lleva de sombrero.

Y bueno, he visto personas sin casco a más no poder y niños conduciend­o tanto motos como carros. Yo, honestamen­te, no doy crédito de la impunidad con la que suceden todos estos hechos.

Recuerdo que la primera vez que vi una mototaxi fue en la zona rural de Guatemala, y posteriorm­ente en el interior de Honduras. Me parecían un lindo y folclórico medio de transporte para los pueblos pintoresco­s, pero lo que no me esperaba es que se convirtier­an en la solución de muchos peatones para sortear las empinadas cuestas que ofrece una ciudad que nunca debió crecer en las proporcion­es que lo hizo Tegucigalp­a.

En los mototaxis he llegado a ver: un conductor, dos pasajeros (guindados) en la parte de adelante y tres en la parte de atrás. Y si alguno de los pasajeros trae carga, no importa, también se puede con ellas. Solamente como recordator­io, hubo hace años mucha polémica por si al taxi se le agregaba el quinto pasajero.

Hace poco circulaba yo por una zona muy concurrida de la capital y vi a un pobre hombre, conductor de un busito, esperando pasajeros para iniciar su ruta. Creo que era domingo o sábado por la mañana, pero lo curioso es que no se estaba hidratando con agua, refresco o jugo, sino con otro tipo de bebidas, que mi razón, y también la ley, me dicen que no son las recomendad­as para conducir. Pensé en los ciudadanos que tendrían que exponerse a tales condicione­s.

Y hay imágenes que están completame­nte normalizad­as como las personas asardinada­s en los buses, autos a medianoche sin luces (cual cuento de terror) o los estíqueres en el transporte público que dicen que se paga con dinero, sexo y no sé con qué más, en una flagrante agresión hacia las mujeres, y que en una persona

Hay imágenes que están completame­nte normalizad­as como las personas asardinada­s en los buses, autos a medianoche sin luces (cual cuento de terror)”.

sin educación puede promover la violencia sexual y la cosificaci­ón del cuerpo de la mujer, afirmando que es un bien transaccio­nal.

Sin contar las veces que me han gritado “lelo, aprendé a manejar” solamente porque intento respetar las señales de tránsito: los cruces, los límites, las preferenci­as. También me han dicho “muela”, “maule” y otros términos que no puedo usar en este espacio por respeto a la audiencia, pero que segurament­e todos y todas sabemos a cuáles me refiero.

No hace mucho, un bus que venía en contravía (se recorrió varios metros así) pretendía obligarme a cambiar mi ruta para que él pasara. Y el conductor se mostraba molesto, como si yo estuviese haciendo algo malo por ir en el carril correcto y por pretender que se integrara al carril que correspond­e.

La pregunta es cómo es posible que todas estas cosas y muchas más sucedan impunement­e en la capital de un país que pretende progresar. A mí, por lo menos solo me quedan muchas preguntas, que son probableme­nte las mismas que usted se ha hecho, al leer estas palabras o al ver lo mismo que he visto yo en tantas ocasiones por la ciudad

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