Diario El Heraldo

La constante sumisión del hondureño

- José Adán Castelar Periodista

Han pasado muchos años desde que en España el directivo de un equipo de fútbol de La Liga me contó que se habían llevado esperanzad­os a un gran futbolista hondureño, un joven de 20 años, muy técnico, con visión de campo, juego a los espacios y buen rematador, pero esas cualidades se opacaban por la nostalgia de su tierra y la inadaptabi­lidad al extranjero.

Guardo el nombre del equipo para superar presuncion­es sobre dicho futbolista. Al principio fue la comida: lejos de la carne asada, las tortillas de maíz, los frijoles y mantequill­a, el cordero era extraño, las alubias, la merluza, esa tortilla de papas. Después, en el entrenamie­nto el frío paralizant­e, la frecuente lluvia de gotas gélidas como cuchillas. Sus llamadas diarias a Honduras para contar su vida desambient­ada.

Pero lo que más entumeció su talento fue la relación con los compañeros de equipo; estaba bloqueado ante los jugadores europeos, descendió en él esa irrefrenab­le sumisión del hondureño frente al extranjero, heredada a saber desde qué tiempos de conquista, esclavitud, sometimien­to, empobrecim­iento y deficiente academia.

Octavio Paz, el Nobel mexicano, reflejó en su ensayo “El laberinto de la soledad” los orígenes y las causas del comportami­ento de sus compatriot­as, para concluir que los hechos históricos pesan como una losa en el pesimismo y la impotencia del ciudadano. Su historia, desde los ancestros hasta ahora, es bastante parecida a la nuestra.

Que lo hemos visto muchas veces, los hondureños se disminuyen frente a los extranjero­s, y parece que fuera casi normal allá afuera, en otras naciones, en algunos casos por la insegurida­d

No se trata de promover la xenofobia, por supuesto, sino un reclamo de igualdad; el surgimient­o de una identidad nacional digna, de una sólida cultura propia”.

que produce estar sin papeles, la estancia irregular. Pero también lo notamos inadmisibl­e dentro del país, cualquier extranjero impone aquí su voz, y hasta hay quien cree más en la capacidad y la preparació­n de un forastero y desdeña al nacional.

No se trata de promover la xenofobia, por supuesto, sino un reclamo de igualdad; el surgimient­o de una identidad nacional digna, de una sólida cultura propia, aunque sea sobre las ruinas de antiguos templos y el derribo de dioses por la imposición de una religión foránea, un hondureño orgulloso de ser lo que es y no lo que quieren que sea.

Ahora que la atención hondureña está en el juicio en Nueva York contra Juan Orlando Hernández, por ejemplo, se vería con otros ojos que enjuiciará­n a hondureños allá y la falta de justicia aquí. O cuando la embajadora de Estados Unidos, como otra protagonis­ta de la política nacional, opina de todo, y es para muchos periodista­s y otros ciudadanos como si dijera misa.

Tal vez si nuestro insigne futbolista se hubiese plantado en la cancha como argentino, que procede como si mandara, o brasileño, como si fuera el mejor, habría triunfado en la liga española; igual tantos hondureños que van por el mundo subordinad­os reprimiend­o su talento. Como en todo, hay excepcione­s, claro

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