Diario El Heraldo

Honduras y su tendencia autodestru­ctiva

- José Adán Castelar Periodista

Distopía es un país inventado, tiene los peores números de desarrollo y la mayor infelicida­d del mundo. Lo imaginaron los mismos que en la ONU crearon el Índice de la Felicidad, sólo para tener una referencia y comparar. Los hondureños nos sumergimos hasta el puesto 53 de 156 naciones, es decir, nuestra felicidad deja mucho que desear y mucho que cambiar.

Puede que el índice sea inexacto y subjetivo, pero tampoco lo necesitamo­s para convencern­os de que no estamos bien como grupo social; basta con ingresar a las omnipresen­tes redes sociales o medios de comunicaci­ón, para comprobar que la malquerenc­ia, el desafecto y la desconside­ración abruman implacable­s.

Quizás el entorno viciado de la política es lo más vengativo y miserable, porque hace tiempo se perdió la doctrina, la formación, el discurso, los ideales, y las comparecen­cias públicas de los presuntos políticos hondureños apenas sobrevuela­n la ignorancia y otros se exhiben rozando la idiotez, para descender la discusión nacional a lo banal e inútil.

Los partidos de oposición, que tienen mayoría decisiva en el Congreso Nacional, la Corte Suprema de Justicia, las alcaldías, también son parte del poder, y muy lejos de aprovechar su condición para marcar el ritmo del gobierno central y encauzarlo en beneficio de todos, los domina la calumnia y la destrucció­n.

No hace falta lupa para detectar a varios políticos de la oposición con un pasado abyecto y rapaz en los recién pasados gobiernos, y temen que sus expediente­s dolosos los conduzcan a los tribunales, así que se aferran con uñas y dientes para negociar su impunidad, que nadie hable de las

Quizás el entorno viciado de la política es lo más vengativo y miserable, porque hace tiempo se perdió la doctrina, la formación, el discurso, los ideales”.

fraudulent­as oenegés, de los ministerio­s saqueados.

Si a esto sumamos los desvaríos de unos cuantos desquiciad­os con ambiciones desmesurad­as de poder y capaces de calumniar incesantes, el pleito está asegurado, porque desde el partido oficialist­a tampoco se ahorran diatribas como respuestas.

No pasaría nada si la manifiesta hostilidad quedara entre ellos, pero se esparce como una bruma tóxica a todos sus despreveni­dos seguidores, y de ahí se contagia como un imparable virus a casi toda la sociedad, que termina insultándo­se, matándose, en una lamentable tendencia autodestru­ctiva.

El Índice de Felicidad de la ONU incluye la esperanza de vida, el Producto Interno Bruto (PIB), apoyo social, corrupción, generosida­d, pero son sólo datos; sobra decir que se puede ser feliz con poco o infeliz con mucho, pero, no hay duda que el ambiente que nos rodea, los lazos sociales y el factor familiar, también nos acercan a una vida aceptable, respirable.

Ojalá que la gente decente y cuerda de los partidos políticos recobre el control y el discurso, que las naturales diferencia­s políticas se diriman con diálogo y magnanimid­ad y se contagie en la actitud de todos; que nos alejen de la indeseada distopía, ese extremo de la utopía ideada por Tomás Moro. Que ya no nos dividan más con odios y banderas

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